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por Recaredo Mar Nov 01, 2011 3:23 pm[b]El Profeta que vino del polvo. (canto VI)
En todo el reino animal, sólo el hombre
esclaviza y extermina a sus semejantes.
En verdad que estamos hechos de cieno
y podredumbre; pero, también de luz.
Debemos pues, desprendernos del lastre,
y elevarnos hacia las estrellas.
Nuestra conciencia nos indicará
el camino a seguir.
No desoigamos ni acallemos por más
tiempo la voz de nuestra conciencia.
Entonces se alzó una voz de entre los oyentes, y un hombre se adelantó del grupo hasta acercarse a nosotros.
El hombre venía de muy mal humor; llevaba un hatillo colgado al
hombro y en su rostro se apreciaban signos recientes de violencia.
-Quizás tengas razón en lo que dices; viejo -dijo el hombre-
pero yo, que vengo de ponerlo en práctica, tengo mis dudas…
Mira, mira como me han puesto los guardias, por negarme, según ellos, a colaborar con la autoridad.- -Explícate, amigo.-
Le dijo aquel al que él había llamado viejo.
-Pues verás… - continuó diciendo el hombre.
-resulta que, estando yo en un rincón de la plaza donde suelo colocar mi puesto los día de mercado para vender mi mercancía,
llegaron ellos, los malditos guardias y me pidieron el permiso reglamentario de vendedor ambulante. Yo les dije que no lo tenía, pero, que ya lo había solicitado y estaba esperando a que el Ayuntamiento me lo concediera. Qué culpa tengo yo -les dije-
si los asuntos de palacio van despacio…
¡Hablas demasiado! -Me respondieron ellos-
Entonces me propusieron que les entregara una cantidad de dinero extraoficial, y ellos harían la vista gorda. Yo les respondí que, en aquellos momentos no disponía de ningún dinero, pues todavía no
había logrado vender ni un solo objeto de los que tenía expuestos, pero, que si volvían más tarde, quizá pudiese acceder a sus peticiones.
Ellos entonces, en vez de comprender mi situación, me expulsaron del lugar, entre insultos y pescozones. ¿Qué debo hacer ahora, viejo?
Respóndeme; tú que pareces tener respuesta para todo…
-¡Sí, sí, respóndele! -exclamó una mujer interviniendo en el asunto. -Respóndele -continuó diciendo
-Porque el caso de este hombre no es un caso aislado, sucede con mucha frecuencia; a mí me ha sucedido más de una vez.-
-¿Y qué hiciste tú en tu caso, mujer?-
Le preguntó ahora el viejo vagabundo.
-¡Qué quieres que hiciera! Sino, darles lo que me pedían, aún en contra de mi voluntad.-
-Pues, deberías haber escuchado mejor a tu voluntad y haber obrado más rectamente.-
-¡Ah sí…! Entonces me hubiera sucedido lo que a este hombre, me hubieran dado de palos.-
-Quizá, pero tu voluntad hubiese permanecido intacta;
sin embargo, ahora te acusa de cobarde y, esa acusación, junto
al ultraje recibido es lo que aumenta tu malestar.-
La mujer bajó la mirada, sin saber ahora que responder al viejo.
Entonces intervino un tercer individuo, que, mostrándose un tanto sorprendido por lo que acababa de oír preguntó.
-¿Quieres decir con esto; buen hombre, que debemos poner en peligro nuestra integridad física, e incluso nuestra vida, para defender lo que consideramos nuestro, cuando alguien más fuerte intenta arrebatárnoslo?-
-Sí, hermano mío, eso es lo que he dicho.
Y, hora, permitidme continuar con mi discurso.-
Llegará un día en el que diréis:
A partir de hoy no colaboraré
más con aquellos que me oprimen
No acallaré las palabras que, ante la
contemplación de un atropello quieren
aflorar a mis labios.
Y, a aquellos que os humillan a diario,
y que os suelen decir; para excusar sus
actos: -Nosotros cumplimos órdenes-
Vosotros habréis de respondedles:
-No se deben cumplir las órdenes de
los verdugos. Os habéis vendido por
un plato de lentejas.-
¡Oh hermanos míos! Hoy, por desgracia
sabemos que, hay muchos funcionarios
que delinquen, con notoria impunidad.
Que, tener un puesto de trabajo en la
administración es hoy sinónimo
de incompetencia.
En todo el reino animal, sólo el hombre
esclaviza y extermina a sus semejantes.
En verdad que estamos hechos de cieno
y podredumbre; pero, también de luz.
Debemos pues, desprendernos del lastre,
y elevarnos hacia las estrellas.
Nuestra conciencia nos indicará
el camino a seguir.
No desoigamos ni acallemos por más
tiempo la voz de nuestra conciencia.
Entonces se alzó una voz de entre los oyentes, y un hombre se adelantó del grupo hasta acercarse a nosotros.
El hombre venía de muy mal humor; llevaba un hatillo colgado al
hombro y en su rostro se apreciaban signos recientes de violencia.
-Quizás tengas razón en lo que dices; viejo -dijo el hombre-
pero yo, que vengo de ponerlo en práctica, tengo mis dudas…
Mira, mira como me han puesto los guardias, por negarme, según ellos, a colaborar con la autoridad.- -Explícate, amigo.-
Le dijo aquel al que él había llamado viejo.
-Pues verás… - continuó diciendo el hombre.
-resulta que, estando yo en un rincón de la plaza donde suelo colocar mi puesto los día de mercado para vender mi mercancía,
llegaron ellos, los malditos guardias y me pidieron el permiso reglamentario de vendedor ambulante. Yo les dije que no lo tenía, pero, que ya lo había solicitado y estaba esperando a que el Ayuntamiento me lo concediera. Qué culpa tengo yo -les dije-
si los asuntos de palacio van despacio…
¡Hablas demasiado! -Me respondieron ellos-
Entonces me propusieron que les entregara una cantidad de dinero extraoficial, y ellos harían la vista gorda. Yo les respondí que, en aquellos momentos no disponía de ningún dinero, pues todavía no
había logrado vender ni un solo objeto de los que tenía expuestos, pero, que si volvían más tarde, quizá pudiese acceder a sus peticiones.
Ellos entonces, en vez de comprender mi situación, me expulsaron del lugar, entre insultos y pescozones. ¿Qué debo hacer ahora, viejo?
Respóndeme; tú que pareces tener respuesta para todo…
-¡Sí, sí, respóndele! -exclamó una mujer interviniendo en el asunto. -Respóndele -continuó diciendo
-Porque el caso de este hombre no es un caso aislado, sucede con mucha frecuencia; a mí me ha sucedido más de una vez.-
-¿Y qué hiciste tú en tu caso, mujer?-
Le preguntó ahora el viejo vagabundo.
-¡Qué quieres que hiciera! Sino, darles lo que me pedían, aún en contra de mi voluntad.-
-Pues, deberías haber escuchado mejor a tu voluntad y haber obrado más rectamente.-
-¡Ah sí…! Entonces me hubiera sucedido lo que a este hombre, me hubieran dado de palos.-
-Quizá, pero tu voluntad hubiese permanecido intacta;
sin embargo, ahora te acusa de cobarde y, esa acusación, junto
al ultraje recibido es lo que aumenta tu malestar.-
La mujer bajó la mirada, sin saber ahora que responder al viejo.
Entonces intervino un tercer individuo, que, mostrándose un tanto sorprendido por lo que acababa de oír preguntó.
-¿Quieres decir con esto; buen hombre, que debemos poner en peligro nuestra integridad física, e incluso nuestra vida, para defender lo que consideramos nuestro, cuando alguien más fuerte intenta arrebatárnoslo?-
-Sí, hermano mío, eso es lo que he dicho.
Y, hora, permitidme continuar con mi discurso.-
Llegará un día en el que diréis:
A partir de hoy no colaboraré
más con aquellos que me oprimen
No acallaré las palabras que, ante la
contemplación de un atropello quieren
aflorar a mis labios.
Y, a aquellos que os humillan a diario,
y que os suelen decir; para excusar sus
actos: -Nosotros cumplimos órdenes-
Vosotros habréis de respondedles:
-No se deben cumplir las órdenes de
los verdugos. Os habéis vendido por
un plato de lentejas.-
¡Oh hermanos míos! Hoy, por desgracia
sabemos que, hay muchos funcionarios
que delinquen, con notoria impunidad.
Que, tener un puesto de trabajo en la
administración es hoy sinónimo
de incompetencia.
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