[b]De la escena anterior:
-----Cleomonte----- ¿Tú...?
Epami-----Sí, buen Cleomonte. Yo fui quien cegado por el amor ¡Miento! Hora es ya de reconocer esta verdad que llevo en mis entrañas; puesto que el amor no predispones a los hombres a cometer el crimen. ¡Fueron lo celos! Los celos, amigo Cleomonte; esos sentimientos horribles y perversos, que a veces enturbian nuestra mente y por los cuales han bajado al Hades infinidad de almas a lo largo de nuestra historia. De súbito cayeron sobre mí, esos hijos deformes del Horror y la Envidia, y semejante al águila que allí, en las caucásicas peñas picotea las entrañas de Prometeo, ellos también hundieron sus corvos picos en las mías, no cejando un momento hasta haber conseguido sus funestos planes.
Un mes llevaba ya, amigo Cleomonte, roído por los celos; desde aquella noche, quizá tú la recuerdes, posterior a nuestra victoria en Leuctra, cuando supe de su traición con un jovenzuelo, al que él llamaba la Esfinge, y del que se negó en todo momento a darme su verdadero nombre.
Ayer, tras una discusión en la que continuaba negándose a delatarle, me decidí a enviarle a una peligrosa misión, consciente de que no volvería de ella con vida.
¡Oh, Cleomonte! ¿Cómo quieres que me sienta después de haber perdido en circunstancias tales a la persona amada? Si, al menos, hubiera muerto combatiendo a mi lado... Quizá, de no haber caído yo también, hubiera tenido la oportunidad de cerrarle los ojos con mis manos y llevarme en mis labios el vaho divino de su postrer aliento.
Cómo, Cleomonte me presento yo ahora ante su anciano padre y le digo que el hijo que me confió, semejante a un dios y del que el mismo Apolo estaba envidioso, no ha muerto en combate como corresponde a un hombre de su rango, sino en una escaramuza urdida a tal efecto por los celos de su propio mentor.
Dime, buen Cleomonte; si es que logramos salir vivos de aquí, ¿Cómo me presento yo delante de Pelópidas con semejante noticia?
Cleomonte----- Creo que te atormentas inútilmente Epaminondas; pues, suponiendo que lo que dices sea cierto, y no fruto del dolor que sientes y que te lleva; según mi parecer, a auto-culparte de la muerte del muchacho, Pelópidas no tiene por que saber nada de esto. Así que, atiende mi consejo: entierra al muchacho con todos lo honores que merece su rango, reune al ejército, y partamos del Peloponeso antes de que los atenienses nos cierren el istmo de Corinto.
Epami-----¿Me estás proponiendo, Cleomonte, que abandone el cuerpo de mi amado en tierra extraña y huya como un cobarde, para salvar mi vida, la cual sin él ya no tiene ningún aliciente?
Cleomonte-----¡Sí, eso te propongo!
Epami-----No puedo complacerte.
Cleomonte-----¡Cómo que no puedes! ¿Qué locura es ésta, Epaminondas?
Epami-----Lo que oyes, Cleomonte. No puedo. ¡No quiero! No pienso abandonar el cuerpo de Lisis para que sirva de alimento a los perros lacedemonios.
Cleomonte----No te estoy pidiendo que lo abandones a la intemperie. Erige un túmulo en su honor y sacrifica diez vírgenes laconias para que sus almas guarden la tumba. Recuerda, que esto mismo hicieron los aqueos con el cuerpo del divino Aquiles.
Epamino-----Sí... ¡Eso haré! Me has dado una gran idea, amigo Cleomonte; pero, aún así no pienso abandonar la tumba antes de un mes. Recuerda, Cleomonte, que la tumba del hijo de Tetis fue saqueada por los troyanos, nada más los aqueos salieron de Troya. No quiero que ocurra lo mismo con la tumba de Lisis.
Cleomonte----- Pero, recapacita en lo que estás diciendo Epaminondas... En un mes, habremos dado tiempo al enemigo para cerrar su trampa sobre nosotros.
Epami-----Lucharemos, Cleomonte. Yo te prometo que obtendremos la victoria.
Cleomonte-----Me gustaría creerte; pero no puedo.
Epami-----¡Oh, amigo Cleomonte! Deja al menos, que con esta gesta mitigue en parte el dolor tan terrible que lacera mi corazón. Dame la oportunidad de recibir la muerte, ya que he sido el único culpable de la suya. Acaso tú, Cleomonte, puesto que somos de la misma tendencia... y tienes también un amante; el joven Prisístales, según me han informado, ¿No harías lo mismo, si estuvieses en mi lugar...?
Cleomonte-----No sé, Epaminondas; no sé. Tu hipotética pregunta me pone en un compromiso. Es verdad que yo amo a Prisístales; pero dudo mucho que mi amor por él llegara a estos extremos de locura.
Epami-----No es locura lo que yo siento, Cleomonte, sino amor, un amor que ya, por imposible se agiganta y crece anulando en mí a todos los otros sentimientos. Si no comprendes esto, amigo Cleomonte, es que nunca has amado de verdad.
Cleomonte-----Es posible... Pero, dejemos este asunto, por ahora Epaminondas; no he venido yo a tu presencia para hablar precisamente de lo que es o no es el amor, sino de cuestiones más importantes.
Epami-----Acaso ¿Hay en el mundo algo más importante que el amor...?
Cleomonte----- ¡La vida, Epaminondas! La vida es más importante que el amor, ya que sin la vida no puede existir éste.
Epami-----¡Oh, amigo Cleomonte! Cuan equivocado estás, y cómo he acertado yo, al decir que nunca has amado; si lo hubieses hecho no se te habrían escapado esas palabras del cerco de los dientes.
¡La vida sin amor no merece la pena vivirla!
Cleomonte-----¡Por todos lo dioses, Epaminondas! Olvida de una vez este asunto y escúchame:
No somos filósofos, sino soldados y con amor o sin amor muchos hombres dependen de nosotros; sobre todo de ti. ¡Que eres su Comandante en jefe!
(Epaminondas adopta ahora una actitud
distinta, entre viril y majestuosa y dice:)
Epami-----Esta bien, Cleomonte. Habla, pues ¿Qué tienes que decir que yo no sepa?
Cleomonte (indeciso)----- Pues, verás, Epaminondas yo...
Epaminondas-----¡Por todos los dioses! Cleomonte, ahora te muerdes la lengua. Ahora que simulando olvidar mi dolor adopto mi talante autoritario de General en Jefe, se te olvida el asunto tan importante que tenías que decirme. Está bien, Cleomonte, yo te ayudaré a recordar. ¿Crees que no me importan las vidas de mis hombres, ni la gloria de Tebas, cómo tampoco el bienestar de toda Grecia? ¡Contesta! ¿Crees que no me importa todo eso?
Cleomonte----- Yo no he dicho tal cosa General. Tan sólo que...
Epami-----No te muerdas de nuevo la lengua ¡Por Zeus! Y compórtate tú ahora como un hombre.
Dime sinceramente lo que piensas. (pausa)
Aunque no hace falta que digas nada; yo lo diré por ti: "sólo que" me has visto llorar como una mujerzuela y has pensado que había perdido mi virilidad, mi buen juicio, mi táctica guerrera que tan buenos resultados nos ha venido dando en esta guerra. Todo eso has creído, Cleomonte, que se había evaporado a la par que mis lágrimas. Llorar, Cleomonte, no es ninguna deshonra para un hombre. El hombre que llora demuestra más valor que el que permanece impasible ante la desgracia. Acaso, no lloró el divino Aquileo y se cortó la rubia cabellera en el duelo de su amado Patroclo.
Cleomonte-----¡Oh! Excelso Epaminondas; debo reconocer que aún en la desgracia, sigues siendo el mejor de todos nosotros. Perdóname por haber dudado de ti.
Epamino-----Es natural, Cleomonte, he abierto mi corazón al amigo, y él por unos momentos se ha perdido en su grandeza.
Cleomomte (emocionado)-----¡Oh, amigo mío! (se abrazan) Ahora participo de tu dolor, ahora lo siento.
Epami-----Pues, vamos entonces; deja que yo me ocupe de los asuntos de la guerra y tú, ocúpate de que a Lisis se le de sepultura, tal como hemos acordado.
(se separan)
Cleomonte----- Hay algo más que quisiera comentar contigo, Epaminondas.
Epami-----¿Y qué es ello?
Cleomonte-----Es sobre el sacrificio a Zeus, que el augur Tarsístides realizó esta mañana.
Epami----¡Ha, el viejo adivino Tarsístides...!
Cleomonte----- Acaso ¿Ya sabes de qué hablo?
Epami-----Sí, Cleomonte, alguien se te adelantó, con la noticia.
Cleomonte-----¡Por todos los dioses! Epaminondas
¿Es qué no hay nada en el campamento que tú no sepas...?
Eapami-----Sí, Cleomonte; hay algo que no sé y quisiera saberlo, y que no lo consigo por más que lo intento:¡El nombre del jovenzuelo que una noche vi salir de la tienda de Lisis, y al que él llamaba la Esfinge!
Cleomonte-----Yo te ayudaré a descubrirlo.
Epami-----Si lo consigues, y yo ya no esté para vengarme ¡Hazlo tú por mí, Cleomonte!
Cleomonte-----¡Lo juro por los dioses!
(sale de la villa)
Fin del II acto
-----Cleomonte----- ¿Tú...?
Epami-----Sí, buen Cleomonte. Yo fui quien cegado por el amor ¡Miento! Hora es ya de reconocer esta verdad que llevo en mis entrañas; puesto que el amor no predispones a los hombres a cometer el crimen. ¡Fueron lo celos! Los celos, amigo Cleomonte; esos sentimientos horribles y perversos, que a veces enturbian nuestra mente y por los cuales han bajado al Hades infinidad de almas a lo largo de nuestra historia. De súbito cayeron sobre mí, esos hijos deformes del Horror y la Envidia, y semejante al águila que allí, en las caucásicas peñas picotea las entrañas de Prometeo, ellos también hundieron sus corvos picos en las mías, no cejando un momento hasta haber conseguido sus funestos planes.
Un mes llevaba ya, amigo Cleomonte, roído por los celos; desde aquella noche, quizá tú la recuerdes, posterior a nuestra victoria en Leuctra, cuando supe de su traición con un jovenzuelo, al que él llamaba la Esfinge, y del que se negó en todo momento a darme su verdadero nombre.
Ayer, tras una discusión en la que continuaba negándose a delatarle, me decidí a enviarle a una peligrosa misión, consciente de que no volvería de ella con vida.
¡Oh, Cleomonte! ¿Cómo quieres que me sienta después de haber perdido en circunstancias tales a la persona amada? Si, al menos, hubiera muerto combatiendo a mi lado... Quizá, de no haber caído yo también, hubiera tenido la oportunidad de cerrarle los ojos con mis manos y llevarme en mis labios el vaho divino de su postrer aliento.
Cómo, Cleomonte me presento yo ahora ante su anciano padre y le digo que el hijo que me confió, semejante a un dios y del que el mismo Apolo estaba envidioso, no ha muerto en combate como corresponde a un hombre de su rango, sino en una escaramuza urdida a tal efecto por los celos de su propio mentor.
Dime, buen Cleomonte; si es que logramos salir vivos de aquí, ¿Cómo me presento yo delante de Pelópidas con semejante noticia?
Cleomonte----- Creo que te atormentas inútilmente Epaminondas; pues, suponiendo que lo que dices sea cierto, y no fruto del dolor que sientes y que te lleva; según mi parecer, a auto-culparte de la muerte del muchacho, Pelópidas no tiene por que saber nada de esto. Así que, atiende mi consejo: entierra al muchacho con todos lo honores que merece su rango, reune al ejército, y partamos del Peloponeso antes de que los atenienses nos cierren el istmo de Corinto.
Epami-----¿Me estás proponiendo, Cleomonte, que abandone el cuerpo de mi amado en tierra extraña y huya como un cobarde, para salvar mi vida, la cual sin él ya no tiene ningún aliciente?
Cleomonte-----¡Sí, eso te propongo!
Epami-----No puedo complacerte.
Cleomonte-----¡Cómo que no puedes! ¿Qué locura es ésta, Epaminondas?
Epami-----Lo que oyes, Cleomonte. No puedo. ¡No quiero! No pienso abandonar el cuerpo de Lisis para que sirva de alimento a los perros lacedemonios.
Cleomonte----No te estoy pidiendo que lo abandones a la intemperie. Erige un túmulo en su honor y sacrifica diez vírgenes laconias para que sus almas guarden la tumba. Recuerda, que esto mismo hicieron los aqueos con el cuerpo del divino Aquiles.
Epamino-----Sí... ¡Eso haré! Me has dado una gran idea, amigo Cleomonte; pero, aún así no pienso abandonar la tumba antes de un mes. Recuerda, Cleomonte, que la tumba del hijo de Tetis fue saqueada por los troyanos, nada más los aqueos salieron de Troya. No quiero que ocurra lo mismo con la tumba de Lisis.
Cleomonte----- Pero, recapacita en lo que estás diciendo Epaminondas... En un mes, habremos dado tiempo al enemigo para cerrar su trampa sobre nosotros.
Epami-----Lucharemos, Cleomonte. Yo te prometo que obtendremos la victoria.
Cleomonte-----Me gustaría creerte; pero no puedo.
Epami-----¡Oh, amigo Cleomonte! Deja al menos, que con esta gesta mitigue en parte el dolor tan terrible que lacera mi corazón. Dame la oportunidad de recibir la muerte, ya que he sido el único culpable de la suya. Acaso tú, Cleomonte, puesto que somos de la misma tendencia... y tienes también un amante; el joven Prisístales, según me han informado, ¿No harías lo mismo, si estuvieses en mi lugar...?
Cleomonte-----No sé, Epaminondas; no sé. Tu hipotética pregunta me pone en un compromiso. Es verdad que yo amo a Prisístales; pero dudo mucho que mi amor por él llegara a estos extremos de locura.
Epami-----No es locura lo que yo siento, Cleomonte, sino amor, un amor que ya, por imposible se agiganta y crece anulando en mí a todos los otros sentimientos. Si no comprendes esto, amigo Cleomonte, es que nunca has amado de verdad.
Cleomonte-----Es posible... Pero, dejemos este asunto, por ahora Epaminondas; no he venido yo a tu presencia para hablar precisamente de lo que es o no es el amor, sino de cuestiones más importantes.
Epami-----Acaso ¿Hay en el mundo algo más importante que el amor...?
Cleomonte----- ¡La vida, Epaminondas! La vida es más importante que el amor, ya que sin la vida no puede existir éste.
Epami-----¡Oh, amigo Cleomonte! Cuan equivocado estás, y cómo he acertado yo, al decir que nunca has amado; si lo hubieses hecho no se te habrían escapado esas palabras del cerco de los dientes.
¡La vida sin amor no merece la pena vivirla!
Cleomonte-----¡Por todos lo dioses, Epaminondas! Olvida de una vez este asunto y escúchame:
No somos filósofos, sino soldados y con amor o sin amor muchos hombres dependen de nosotros; sobre todo de ti. ¡Que eres su Comandante en jefe!
(Epaminondas adopta ahora una actitud
distinta, entre viril y majestuosa y dice:)
Epami-----Esta bien, Cleomonte. Habla, pues ¿Qué tienes que decir que yo no sepa?
Cleomonte (indeciso)----- Pues, verás, Epaminondas yo...
Epaminondas-----¡Por todos los dioses! Cleomonte, ahora te muerdes la lengua. Ahora que simulando olvidar mi dolor adopto mi talante autoritario de General en Jefe, se te olvida el asunto tan importante que tenías que decirme. Está bien, Cleomonte, yo te ayudaré a recordar. ¿Crees que no me importan las vidas de mis hombres, ni la gloria de Tebas, cómo tampoco el bienestar de toda Grecia? ¡Contesta! ¿Crees que no me importa todo eso?
Cleomonte----- Yo no he dicho tal cosa General. Tan sólo que...
Epami-----No te muerdas de nuevo la lengua ¡Por Zeus! Y compórtate tú ahora como un hombre.
Dime sinceramente lo que piensas. (pausa)
Aunque no hace falta que digas nada; yo lo diré por ti: "sólo que" me has visto llorar como una mujerzuela y has pensado que había perdido mi virilidad, mi buen juicio, mi táctica guerrera que tan buenos resultados nos ha venido dando en esta guerra. Todo eso has creído, Cleomonte, que se había evaporado a la par que mis lágrimas. Llorar, Cleomonte, no es ninguna deshonra para un hombre. El hombre que llora demuestra más valor que el que permanece impasible ante la desgracia. Acaso, no lloró el divino Aquileo y se cortó la rubia cabellera en el duelo de su amado Patroclo.
Cleomonte-----¡Oh! Excelso Epaminondas; debo reconocer que aún en la desgracia, sigues siendo el mejor de todos nosotros. Perdóname por haber dudado de ti.
Epamino-----Es natural, Cleomonte, he abierto mi corazón al amigo, y él por unos momentos se ha perdido en su grandeza.
Cleomomte (emocionado)-----¡Oh, amigo mío! (se abrazan) Ahora participo de tu dolor, ahora lo siento.
Epami-----Pues, vamos entonces; deja que yo me ocupe de los asuntos de la guerra y tú, ocúpate de que a Lisis se le de sepultura, tal como hemos acordado.
(se separan)
Cleomonte----- Hay algo más que quisiera comentar contigo, Epaminondas.
Epami-----¿Y qué es ello?
Cleomonte-----Es sobre el sacrificio a Zeus, que el augur Tarsístides realizó esta mañana.
Epami----¡Ha, el viejo adivino Tarsístides...!
Cleomonte----- Acaso ¿Ya sabes de qué hablo?
Epami-----Sí, Cleomonte, alguien se te adelantó, con la noticia.
Cleomonte-----¡Por todos los dioses! Epaminondas
¿Es qué no hay nada en el campamento que tú no sepas...?
Eapami-----Sí, Cleomonte; hay algo que no sé y quisiera saberlo, y que no lo consigo por más que lo intento:¡El nombre del jovenzuelo que una noche vi salir de la tienda de Lisis, y al que él llamaba la Esfinge!
Cleomonte-----Yo te ayudaré a descubrirlo.
Epami-----Si lo consigues, y yo ya no esté para vengarme ¡Hazlo tú por mí, Cleomonte!
Cleomonte-----¡Lo juro por los dioses!
(sale de la villa)
Fin del II acto
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