[b]Del cuadro anterior:
Epami----- Un ovillo con él ser en el lecho y aspirar sus efluvios de cadáver mezclados al sudor de mis tormentos.
(abraza el cadáver y exclama:)
Empami-----¡Oh, Lisis, Lisis, el hijo amado de Pelópidas!
Jamás pensé que fuera tan amarga tu partida.
Mil veces hubiera perdonado tus traiciones, si llego a sospechar este dolor, que causa en mí tu ausencia.
¡Que larga se me hace ahora la vida! ¡Que larga la espera para seguir tu senda! ¡Ay! Si tras lo sucedido, no dudara de tus brazos abiertos para recibirme, que suave me sería la caricia cortante de mi espada.
Pero, al igual que valor, me sobran dudas; por eso espero recibir la paz por mano extraña.
Los Hados, atendiendo mis súplicas, ya están acelerando los acontecimientos, donde tendré ocasión de no alargar la espera.
(suenan trompetas)...Ya oigo las trompetas de los lecedemonios convocando a los hombres para el feroz combate. Esta vez combatiremos solos. Los traidores atenienses nos han abandonado. Envidiosos de nuestra victoria en Leuctra y quizá temiendo que impongamos sobre ellos nuestra supremacía, se han coaligado ahora con el enemigo. También el gran Rey de oriente ha mandado su poderosa escuadra para reforzar esta alianza. Los cadmeos estamos lejos de nuestra tierra y rodeados de enemigos que quieren nuestra destrucción. ya sabes, Lisis, que siempre imperó la envidia en esta tierra griega: Las ciudades, Estado, sobre todo Atenas, no soportan que hallamos sido nosotros, los tebanos, descendientes de Cadmo, y una ciudad hasta ahora insignificante hallamos puesto de rodillas a la terrible y orgullosa Esparta.
Nosotros, un ejército de hombres invertidos que juramos morir uno al lado del otro, por nuestro amor y nuestra ciudad, antes de ceder un palmo de tierra ante el empuje del bárbaro enemigo...
Mas, veo que llega Cleomonte; veamos pues, que noticias nos trae en tan mala hora.
(entra cleomonte)
Cleomonte-----¡Salud, Epaminondas!
Epami----- ¡Oh, excelso Cleomonte! ¿Qué noticias me traes tan importante, como para interrumpir mi duelo por el compañero amado?
¡Helo aquí! Sin vigor en sus miembros, en brazos de la Parca. ¿Acaso los laconios, amantes de la guerra, ya han roto nuestras primeras filas y se precipitan, cual olas que levanta Posidón, sobre nuestras defensas? ¡Oh, buen Cleomonte! No retengas tu lengua porque me veas triste y verter, como una mujerzuela, copiosas lágrimas sobre el cadáver de mi amado.
No interfiera mi ánimo contrito en tu deber de ínclito soldado.
Cleomonte-----No lo haré. ¡Oh, Epaminondas! Aunque he sido informado del terrible dolor en el que estás inmerso; vengo dispuesto a levantar tu ánimo, aún a costa de nuestra amistad y de mi vida, si fuera preciso.
Y mi primer consejo es que... ¡Debes sobreponerte a tu dolor y abandonar esa actitud que en nada corresponde a un hombre de tu rango! Piensa que son muchos los tebanos que, como tú, han perdido en combate al compañero amado. ¿Qué crees que pensaría el hijo de Pelópidas si te viera en semejante estado?
¡Mírate al espejo, Epaminondas! mírate a ver si tu mismo puedes reconocerte; porque yo no te reconozco. No veo en ti al General bajo cuyo mando hemos conquistado media Grecia. Ahora veo una mujerzuela plañidera y estúpida, que se complace inútilmente en no aceptar los designios de los dioses.
Epami----¡Oh, buen Cleomonte! Bien sé que semejantes palabras sólo las puede pronunciar tu lengua con la intención de levantar mi ánimo contrito. De lo contrario, te hubiera costado perder esa cabeza que sostiene tu robusto cuello.
No fueron los dioses, como tú y los demás piensan, los que dictaron la muerte de Lisis ¡Fui yo mismo, Cleomonte!
Cleomonte-----¿Tú...?
Continuará...
Epami----- Un ovillo con él ser en el lecho y aspirar sus efluvios de cadáver mezclados al sudor de mis tormentos.
(abraza el cadáver y exclama:)
Empami-----¡Oh, Lisis, Lisis, el hijo amado de Pelópidas!
Jamás pensé que fuera tan amarga tu partida.
Mil veces hubiera perdonado tus traiciones, si llego a sospechar este dolor, que causa en mí tu ausencia.
¡Que larga se me hace ahora la vida! ¡Que larga la espera para seguir tu senda! ¡Ay! Si tras lo sucedido, no dudara de tus brazos abiertos para recibirme, que suave me sería la caricia cortante de mi espada.
Pero, al igual que valor, me sobran dudas; por eso espero recibir la paz por mano extraña.
Los Hados, atendiendo mis súplicas, ya están acelerando los acontecimientos, donde tendré ocasión de no alargar la espera.
(suenan trompetas)...Ya oigo las trompetas de los lecedemonios convocando a los hombres para el feroz combate. Esta vez combatiremos solos. Los traidores atenienses nos han abandonado. Envidiosos de nuestra victoria en Leuctra y quizá temiendo que impongamos sobre ellos nuestra supremacía, se han coaligado ahora con el enemigo. También el gran Rey de oriente ha mandado su poderosa escuadra para reforzar esta alianza. Los cadmeos estamos lejos de nuestra tierra y rodeados de enemigos que quieren nuestra destrucción. ya sabes, Lisis, que siempre imperó la envidia en esta tierra griega: Las ciudades, Estado, sobre todo Atenas, no soportan que hallamos sido nosotros, los tebanos, descendientes de Cadmo, y una ciudad hasta ahora insignificante hallamos puesto de rodillas a la terrible y orgullosa Esparta.
Nosotros, un ejército de hombres invertidos que juramos morir uno al lado del otro, por nuestro amor y nuestra ciudad, antes de ceder un palmo de tierra ante el empuje del bárbaro enemigo...
Mas, veo que llega Cleomonte; veamos pues, que noticias nos trae en tan mala hora.
(entra cleomonte)
Cleomonte-----¡Salud, Epaminondas!
Epami----- ¡Oh, excelso Cleomonte! ¿Qué noticias me traes tan importante, como para interrumpir mi duelo por el compañero amado?
¡Helo aquí! Sin vigor en sus miembros, en brazos de la Parca. ¿Acaso los laconios, amantes de la guerra, ya han roto nuestras primeras filas y se precipitan, cual olas que levanta Posidón, sobre nuestras defensas? ¡Oh, buen Cleomonte! No retengas tu lengua porque me veas triste y verter, como una mujerzuela, copiosas lágrimas sobre el cadáver de mi amado.
No interfiera mi ánimo contrito en tu deber de ínclito soldado.
Cleomonte-----No lo haré. ¡Oh, Epaminondas! Aunque he sido informado del terrible dolor en el que estás inmerso; vengo dispuesto a levantar tu ánimo, aún a costa de nuestra amistad y de mi vida, si fuera preciso.
Y mi primer consejo es que... ¡Debes sobreponerte a tu dolor y abandonar esa actitud que en nada corresponde a un hombre de tu rango! Piensa que son muchos los tebanos que, como tú, han perdido en combate al compañero amado. ¿Qué crees que pensaría el hijo de Pelópidas si te viera en semejante estado?
¡Mírate al espejo, Epaminondas! mírate a ver si tu mismo puedes reconocerte; porque yo no te reconozco. No veo en ti al General bajo cuyo mando hemos conquistado media Grecia. Ahora veo una mujerzuela plañidera y estúpida, que se complace inútilmente en no aceptar los designios de los dioses.
Epami----¡Oh, buen Cleomonte! Bien sé que semejantes palabras sólo las puede pronunciar tu lengua con la intención de levantar mi ánimo contrito. De lo contrario, te hubiera costado perder esa cabeza que sostiene tu robusto cuello.
No fueron los dioses, como tú y los demás piensan, los que dictaron la muerte de Lisis ¡Fui yo mismo, Cleomonte!
Cleomonte-----¿Tú...?
Continuará...
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