[b]EPAMINONDAS y la Fuerza Del Amor -Acto II - I Escena
Se da la Escena en una villa griega, una especie de palacete. Capiteles corintios y tal adornan la entrada. Dentro y sobre una gran mesa de mármol blanco yace el cadáver de un joven guerrero.
Epaminondas llora junto a él. Tras unos cortinajes, al fondo, una carátula asoma de vez en cuando su rostro a modo de mudo corifeo. Epaminondas cree que es su conciencia y dice:
Epami-----¡Oh agudo dolor! Recalcitrante espina que hurgas mis entrañas, dejando en ellas la ponzoña angustiosa de la duda.
¡Oh! Tú, conciencia estúpida que así te manifiestas torturando mi espíritu después de la tragedia. ¿Por qué gritas ahora y callaste cuando nada de esto se había consumado? ¿Cuándo la idea me asaltó de la venganza, y pensé que sólo el sacrificio del culpable mitigaría el dolor que me embargaba?
Muda como una perra en su cubil estuviste entonces, aguardando los acontecimientos, esperando quizá el olor de la sangre, para erizar el lomo y contraer tus belfos, para gruñir, para ladrar, para mostrar esos colmillos ahora amenazantes.
Nada temo de ti; pues, que obré conforme a unos principios que considero justos. Si te escucho, es porque todavía me mueve a compasión este cuerpo desnudo tendido sobre el lecho, al que la vida, tan sólo por amor y en plena primavera yo he cegado.
Ya no sirven de nada tus reproches; tu sorda acusación al proceder viril de mis acciones, en las que tú también tomaste parte.
¡Mira este cuerpo hermoso, todavía turgente en manos de la Parca! Tú, que a capricho me acusas ahora de asesino y, sin embargo, antes no pusiste ningún impedimento. ¡Mira este cuerpo, digo! Míralo; maldita acusadora. Mira sus miembros; por mi tan amados, cómo ahora sin vigor descansan sobre el lecho, ya del lastre de la vida liberados. En dios le he transformado, sin querer, y la muerte ha aumentado su hermosura.
Sus pies ya no caminan sobre la infecta tierra. Sus manos ya no abarcan cosas vanas. Su pecho no respira acompasado el nauseabundo vaho que nos circunda.
Mira este cuerpo, ante el cual me hallo consternado; no por los gritos de tu acusación, conciencia desleal, que así me hieres en esta aciaga hora, sino porque esa carne que ya comienza a helarse, y que en vida fue volcán de mis pasiones aún despierta en mí la lujuria amorosa del deseo. Aún me excita con sus bellos perfiles. Sus flácidos reposos. Su tenue resplandor de puro mármol blanco.
Dime ¡Oh! Tú, conciencia desleal, que incluso ahora viéndome abatido, acusas de inmoral la vida que con él yo he compartido, dime pues, si es pecado que añadir a los otros antes cometidos, lo que en estos momentos mi cerebro contrito está pensando: Quiero estampar un beso en esos labios fríos, que cual rosas tempranas el bello rostro adornan de mi amado. No me importa añadir otro pecado; si así lo consideras.
Necesito sentir por vez postrera el tacto de su piel sobre mi boca, el olor de su cuerpo ya marchito, el contraste de sus muslos de nieve entre los míos de fuego en movimiento. Necesito estrujarlo entre mis brazos, un ovillo con él ser en el lecho, y aspirar sus efluvios de cadáver mezclados al sudor de mis tormentos.
(abraza el cadáver)
Continuará...
Se da la Escena en una villa griega, una especie de palacete. Capiteles corintios y tal adornan la entrada. Dentro y sobre una gran mesa de mármol blanco yace el cadáver de un joven guerrero.
Epaminondas llora junto a él. Tras unos cortinajes, al fondo, una carátula asoma de vez en cuando su rostro a modo de mudo corifeo. Epaminondas cree que es su conciencia y dice:
Epami-----¡Oh agudo dolor! Recalcitrante espina que hurgas mis entrañas, dejando en ellas la ponzoña angustiosa de la duda.
¡Oh! Tú, conciencia estúpida que así te manifiestas torturando mi espíritu después de la tragedia. ¿Por qué gritas ahora y callaste cuando nada de esto se había consumado? ¿Cuándo la idea me asaltó de la venganza, y pensé que sólo el sacrificio del culpable mitigaría el dolor que me embargaba?
Muda como una perra en su cubil estuviste entonces, aguardando los acontecimientos, esperando quizá el olor de la sangre, para erizar el lomo y contraer tus belfos, para gruñir, para ladrar, para mostrar esos colmillos ahora amenazantes.
Nada temo de ti; pues, que obré conforme a unos principios que considero justos. Si te escucho, es porque todavía me mueve a compasión este cuerpo desnudo tendido sobre el lecho, al que la vida, tan sólo por amor y en plena primavera yo he cegado.
Ya no sirven de nada tus reproches; tu sorda acusación al proceder viril de mis acciones, en las que tú también tomaste parte.
¡Mira este cuerpo hermoso, todavía turgente en manos de la Parca! Tú, que a capricho me acusas ahora de asesino y, sin embargo, antes no pusiste ningún impedimento. ¡Mira este cuerpo, digo! Míralo; maldita acusadora. Mira sus miembros; por mi tan amados, cómo ahora sin vigor descansan sobre el lecho, ya del lastre de la vida liberados. En dios le he transformado, sin querer, y la muerte ha aumentado su hermosura.
Sus pies ya no caminan sobre la infecta tierra. Sus manos ya no abarcan cosas vanas. Su pecho no respira acompasado el nauseabundo vaho que nos circunda.
Mira este cuerpo, ante el cual me hallo consternado; no por los gritos de tu acusación, conciencia desleal, que así me hieres en esta aciaga hora, sino porque esa carne que ya comienza a helarse, y que en vida fue volcán de mis pasiones aún despierta en mí la lujuria amorosa del deseo. Aún me excita con sus bellos perfiles. Sus flácidos reposos. Su tenue resplandor de puro mármol blanco.
Dime ¡Oh! Tú, conciencia desleal, que incluso ahora viéndome abatido, acusas de inmoral la vida que con él yo he compartido, dime pues, si es pecado que añadir a los otros antes cometidos, lo que en estos momentos mi cerebro contrito está pensando: Quiero estampar un beso en esos labios fríos, que cual rosas tempranas el bello rostro adornan de mi amado. No me importa añadir otro pecado; si así lo consideras.
Necesito sentir por vez postrera el tacto de su piel sobre mi boca, el olor de su cuerpo ya marchito, el contraste de sus muslos de nieve entre los míos de fuego en movimiento. Necesito estrujarlo entre mis brazos, un ovillo con él ser en el lecho, y aspirar sus efluvios de cadáver mezclados al sudor de mis tormentos.
(abraza el cadáver)
Continuará...
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