a los dioses uranidas,
Zeus, nos la tiene prohibida.
Teme que el piélago inmenso,
donde moran los Titanes,
pueda sublevarse un día
desbaratando sus planes.
No obstante, nunca olvidado
fue de mi amor este suelo,
que, mi inspiración, en vuelo,
desde el Helicón sagrado,
en las plumas de sus vates
más de una vez se ha posado.
(Como pensando)
Hubo aquí un joven imberbe…
¡Bécquer, creo que se llamaba!
Que los versos de mis labios
con su pluma me arrancaba.
Otro, fue aquél, Federico,
de triste y penosa historia...
Y otros muchos; de los cuales
por ser tantos y cabales
me abstengo de hacer memoria.
Pausa, luego cambiando el tono de voz; ahora con cierta picardía femenina mirándose los pies dice:
¡Uy! He perdido una sandalia...
¡Por Zeus que complicación!
¿En qué estado estaría yo
para perder esta prenda...?
Ahora ya no hay solución.
¡Me espera una reprimenda...!
Seguramente fue ayer,
cuando mojaba los pies
y Hermes me sorprendió
en la fuente de Castalia.
Como iba un poco “piripi”
y era de madrugada.
Y la fuente estaba fría...
Y Hermes se calentaba...
Temí que la diosa Cipris,
nos hiciera una trastada.
Porque, Hermes... Ya se sabe...
Como es bisexual y guapo,
aprovecha cuanto sale
para meterlo en su saco.
Y yo, aunque soy caprichosa,
lo mismo que mis hermanas;
no hacemos según que cosas...
¡Somos Musas, no marranas!
En nuestro monte no hay “boys”
Sólo Apolo, en nuestra sierra...
Pero, el Olimpo está hoy...
¡Vamos, peor que la tierra!
Cada dios tiene su efebo.
Cada diosa su mancebo,
Y cada cual sus manías.
Los cuernos están al día,
y el incesto está de moda.
¡Dura menos una boda
que beberse una ambrosía!
Mas, esto no es cosa mía.
¡Allá Zeus, se las entienda!
Pero, si él no lo remedia...
¡Saberlo, propios y extraños,
no pasarán diez mil años
sin que estalle nueva guerra!
Quizá, por eso, los dioses
andemos soliviantados.
Prestos a ser engañados
por el risueño Dionisos
¡Que no piensa en otra cosa
que en contagiarnos sus vicios!
Nueva pausa, vuelve a mirar el entorno detalladamente y continúa diciendo:
Pero, este lugar tan bello;
este patio cordobés
donde he venido a caer;
excita mis emociones.
Y, en contra de otras razones
que me aconsejan volver,
surcando de nuevo el cielo,
no me iré de este vergel
sin antes reconocerlo.
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