[b] Canto al Río Genil.
De las heladas cumbres de la sierra;
joven aún,
tú llegas a Granada.
Donde imprimes tus huellas en sus piedras,
y en fuentes de cristal
te pones alas.
Te cantan las sultanas y princesas,
los Alamares príncipes
te alaban,
y en ti mojan sus belfos temblorosos
los ágiles Pegasos de la Arabia.
Luego, hollaron tu cauce otros corceles...
Cayeron los señores
de tu Alhambra.
Fueron tiempos aquellos tan crueles
que aumentaron tu cauce
con sus lágrimas.
Y así desciendes por la fértil vega;
donde el labriego
encauza con su azada,
hacía los campos verdes de esta tierra
la sangre
de tu arteria cercenada.
Y tú, no dices nada,
y tú, rectas callado,
y así, sigues tu cauce
de historia y de misterio tan cargado.
Tú, el más maravilloso de los ríos,
que da vida
a la tierra de mis lares.
Tú, que al Betis caudaloso prestas bríos,
para seguir
su marcha hacia los mares.
Tu sabes de mis sueños y locuras;
del hambre de mi boca
y de mi mente.
Tu abrazaste mi cuerpo adolescente
y sufriste las muchas travesuras
que mi niñez
causara a tu corriente.
Fueron tus aguas el bautismo mío,
la pila donde danzan
mis estrellas,
donde se mueve mi luna a su albedrío,
entre peces de azul
y Ondinas bellas.
Gravado en mi memoria permaneces,
como cinta de luz
y plata pura,
donde habitan las Ninfas y los peces
de mi sueño de ayer,
que hoy aún perdura.
Cautivo de tu gloria y tu hermosura
¡Oh divino Genil!
de fuente y flores,
allí donde disponga la fortuna
moriré; pero siempre
siendo fiel a tus amores.
Recaredo
De las heladas cumbres de la sierra;
joven aún,
tú llegas a Granada.
Donde imprimes tus huellas en sus piedras,
y en fuentes de cristal
te pones alas.
Te cantan las sultanas y princesas,
los Alamares príncipes
te alaban,
y en ti mojan sus belfos temblorosos
los ágiles Pegasos de la Arabia.
Luego, hollaron tu cauce otros corceles...
Cayeron los señores
de tu Alhambra.
Fueron tiempos aquellos tan crueles
que aumentaron tu cauce
con sus lágrimas.
Y así desciendes por la fértil vega;
donde el labriego
encauza con su azada,
hacía los campos verdes de esta tierra
la sangre
de tu arteria cercenada.
Y tú, no dices nada,
y tú, rectas callado,
y así, sigues tu cauce
de historia y de misterio tan cargado.
Tú, el más maravilloso de los ríos,
que da vida
a la tierra de mis lares.
Tú, que al Betis caudaloso prestas bríos,
para seguir
su marcha hacia los mares.
Tu sabes de mis sueños y locuras;
del hambre de mi boca
y de mi mente.
Tu abrazaste mi cuerpo adolescente
y sufriste las muchas travesuras
que mi niñez
causara a tu corriente.
Fueron tus aguas el bautismo mío,
la pila donde danzan
mis estrellas,
donde se mueve mi luna a su albedrío,
entre peces de azul
y Ondinas bellas.
Gravado en mi memoria permaneces,
como cinta de luz
y plata pura,
donde habitan las Ninfas y los peces
de mi sueño de ayer,
que hoy aún perdura.
Cautivo de tu gloria y tu hermosura
¡Oh divino Genil!
de fuente y flores,
allí donde disponga la fortuna
moriré; pero siempre
siendo fiel a tus amores.
Recaredo
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