Ruin a las locuras de un dadá
en su sutil vestido apestado,
pisaba cadáveres de exquisitez sin dogma;
marchitando mucosas, alterando sentidos.
Que si querían su sexo
le desabrochaban la cáscara.
Otro sufría en automania,
de muy dudosas coherencias
y tan cuerdas narices.
Odiaba pagar lujurias burdescas
y en su frutal y robusta ovalidad,
lo seducía con feromonas mugrosas.
La no difícil, la de otoño le decían.
Y ya en el catre lo tenia,
su pasividad tan sufrida.
Ella mostraba sus gajos estriados,
él no respiraba y la masticaba.
Cítricos aquellos lamentos, aquellos gemidos.
Y ella acabando en sus ojos,
los gritos alaridos ardientes cegados.
Su estructura mental en decadencia.
En el ocaso del erotismo naranja,
él escupía hijos futuros de puta,
sucias las pieles y sus dedos con flujo.
Volvía al jardín tan altiva,
yo me vestía y con jabón moría…
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