A esa muerte que te acecha
y se lleva lo querido;
a tan amargo destino,
yo nunca me acostumbré.
No me acostumbré a la pena,
a ese luto, ni a un olvido...
A nada aquí padecido,
yo jamás me acostumbré.
A ese tiempo de pecado,
de oscuridad y castigo;
a tanto saber perdido,
yo nunca me acostumbré.
No me acostumbré a ese canto,
a cardos, ni desatinos...
A nada por mí sufrido,
yo jamás me acostumbré.
Y si lucho en este mundo
y un gran sueño te persigo,
es porque un amor sentido
me impulsa siempre a volver.
A su voz me acostumbré
y, aunque soy pájaro herido,
vuelo del cielo a su nido
para darle mi querer.
G.S.A.
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