El fin del campo
Como polillas atrapadas por el foco,
los campesinos también cayeron en la trampa,
la luz de la ciudad los sedujo, lujuriosa,
lenta, marginal, tragamonedas de sus pobres ojos.
Y cambiaron el trigal por conventillos,
la leche matinal por cielos de humo,
la voz de los arroyos por bocinas
que los hacen correr ya sin semillas,
el surco se quedó sin brote ni agua,
la huerta se llenó de mercaderes
y en los camiones del burdo y maquinal progreso
van enfermos los frutos a las ferias de la urbe.
El lazo se rompió entre hombre y árbol,
el cielo se quedó sin trigo ni molinos
y una lluvia nefanda riega el barro
en que las sementeras sobreviven.
La mano que sembró con paternal cuidado
se tizna en la ciudad de fábricas y túneles,
y es una flor deforme la que crece
como el cáncer que roe al labrador en el tumulto.
No queda más piedad que el viejo viento
que bajo aquel sauzal susurra un grito
y que tal vez allá, entre los cordeles
de ropa y vieja sucia el corazón del campesino escuche.
No se sabrá jamás qué ha sucedido,
pero no volverán a ser tan rojos los tomates,
no volverá la papa a su pulpa enamorada
ni el pimentón a su sabor de tierra y cielo.
El labrador tampoco a la alegría,
el ciudadano menos a su buena mesa.
La trampa se cerró sobe todos nosotros,
tenga piedad la tierra de los errores de sus propios hijos.
http://fuerteyfeliz.bligoo.cl/
26 01 14
Como polillas atrapadas por el foco,
los campesinos también cayeron en la trampa,
la luz de la ciudad los sedujo, lujuriosa,
lenta, marginal, tragamonedas de sus pobres ojos.
Y cambiaron el trigal por conventillos,
la leche matinal por cielos de humo,
la voz de los arroyos por bocinas
que los hacen correr ya sin semillas,
el surco se quedó sin brote ni agua,
la huerta se llenó de mercaderes
y en los camiones del burdo y maquinal progreso
van enfermos los frutos a las ferias de la urbe.
El lazo se rompió entre hombre y árbol,
el cielo se quedó sin trigo ni molinos
y una lluvia nefanda riega el barro
en que las sementeras sobreviven.
La mano que sembró con paternal cuidado
se tizna en la ciudad de fábricas y túneles,
y es una flor deforme la que crece
como el cáncer que roe al labrador en el tumulto.
No queda más piedad que el viejo viento
que bajo aquel sauzal susurra un grito
y que tal vez allá, entre los cordeles
de ropa y vieja sucia el corazón del campesino escuche.
No se sabrá jamás qué ha sucedido,
pero no volverán a ser tan rojos los tomates,
no volverá la papa a su pulpa enamorada
ni el pimentón a su sabor de tierra y cielo.
El labrador tampoco a la alegría,
el ciudadano menos a su buena mesa.
La trampa se cerró sobe todos nosotros,
tenga piedad la tierra de los errores de sus propios hijos.
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