Un joven marinero, decidido en su marino buque, enclaustra sus ojos en las olas
y ha distinguido en el oleaje, suntuoso resplandor de verde aroma…
-Una sirena- palideció. Sus ojos tristes fueron al vendaval de tristes olas
la espuma que adhirió la forma de su imagen, sostenida, por aquellos lugares
de vaga entonación y único suspiro.
Aquél resplandor vio desaparecerse, y el mar volvió a ser mar, en lucha de sí mismo
prisionero, y la fortuna de su barco fue el sonido de su ruina, quitando el oleaje entre la espuma, de sí baldeada en el asomo de sí mismo y de su ultraje, ahora engavillado
a tristes horas, conformado, por el ruido de la espera, y la expectante invitación
de alas marinas, en su feminidad encontrábase el aliento a su dulzura, privada de emoción y de turgencia sostenida…
Una ola explotó, y una mano tomó el brazo del marino, sostenida en desnudez,
el amparo en su belleza –ojos verdes, verdes ojos, como el mar, verdes…-
y el arrebato en su fortaleza ensimismada, fue el rapto del marinero acicalado, por la bóveda del mar que siempre quiso: abrazado a su marea y la locura, vendaval del insomnio de esos ojos verdes, que lo amaron hasta el fin de la dulzura…
caminandobajolalluvia
y ha distinguido en el oleaje, suntuoso resplandor de verde aroma…
-Una sirena- palideció. Sus ojos tristes fueron al vendaval de tristes olas
la espuma que adhirió la forma de su imagen, sostenida, por aquellos lugares
de vaga entonación y único suspiro.
Aquél resplandor vio desaparecerse, y el mar volvió a ser mar, en lucha de sí mismo
prisionero, y la fortuna de su barco fue el sonido de su ruina, quitando el oleaje entre la espuma, de sí baldeada en el asomo de sí mismo y de su ultraje, ahora engavillado
a tristes horas, conformado, por el ruido de la espera, y la expectante invitación
de alas marinas, en su feminidad encontrábase el aliento a su dulzura, privada de emoción y de turgencia sostenida…
Una ola explotó, y una mano tomó el brazo del marino, sostenida en desnudez,
el amparo en su belleza –ojos verdes, verdes ojos, como el mar, verdes…-
y el arrebato en su fortaleza ensimismada, fue el rapto del marinero acicalado, por la bóveda del mar que siempre quiso: abrazado a su marea y la locura, vendaval del insomnio de esos ojos verdes, que lo amaron hasta el fin de la dulzura…
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