guijarros apiñados soñando travesuras,
la luna se enredaba entre lianas ocultas
y el miedo aceleraba corazones fantasmas.
Guiñando a las absurdas corrientes aguachentas,
tan míseras, desiertas, estaban las estrellas
encandilando voces, enmudeciendo ojos,
en el musgoso borde de una roca huérfana…
Los duendes a los elfos, les rompían los dientes
collares que lucían con desparpajo lúgubre,
los nogales ardían de pavor ante ardillas,
castañuelas rabiosas, sus bocas imprudentes.
Calma aviesa, misterios truculentos, siniestra
aparición de una cola de serpiente…
El cielo estalló en magnífica aurora
y dos bolas de fuego incendiaron el cosmos,
solitaria una torre se abrazó al firmamento
de ella se escuchó solamente un lamento.
La inmensa selva harta de tantos restos
malsanos, de esqueletos de cemento,
puso a cantar cientos de pájaros,
les dio a los insectos las alas,
y a todo animal terrestre
milenarios instintos.
Enormes gatos con botas
cazaron las últimas ratas.
Matilde Maisonnave
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