Plegaria por el cantor cansado
"Hay una isla
en medio del mar,
llámala libertad"
Todas las aguas rompen en sus costas,
todas las aves dejan escrito su nombre en las arenas,
vuelan hasta allí todas las estrellas de la noche
y el trébol tiene allí la cuarta hoja de tus sueños rojos.
Sólo tú has huido tierra adentro,
concha adentro como el caracol,
tocado por los dedos primorosos de la aurora
y ni allí, viejo cantor, amigo de luna y catedrales,
has podido sentir el aroma de esta patria,
lecho de barro y humo, de rosas, recuerdos y añoranzas,
ni allí has sentido el resplandor de esa caricia
cuyo calor quedó, aun muerta la mano y su ternura.
Náufrago, en fin, del duro asfalto de tus ojos,
víctima de un tiburón hecho de olvidos, odios y flaquezas,
un canto de sirenas te atrapó en su espejo
y hoy tomas por verdad sus gritos mercantiles,
su alabanza sin fe a un Dios sin cielo cierto.
Vuelve, compasión, a perdonar el yerro,
tiéndete otra vez como mujer desnuda y pura,
como campana sin rencor, cuyo badajo está en la turba,
y enséñanos a andar en la espiral del dulce cuerpo
de cada día y cada noche, dispuestos a colmarnos
a nacer y envejecer como la lluvia entre las piedras
que cae y luego cesa, pero es perenne en la semilla.
06 07 12
"Hay una isla
en medio del mar,
llámala libertad"
Todas las aguas rompen en sus costas,
todas las aves dejan escrito su nombre en las arenas,
vuelan hasta allí todas las estrellas de la noche
y el trébol tiene allí la cuarta hoja de tus sueños rojos.
Sólo tú has huido tierra adentro,
concha adentro como el caracol,
tocado por los dedos primorosos de la aurora
y ni allí, viejo cantor, amigo de luna y catedrales,
has podido sentir el aroma de esta patria,
lecho de barro y humo, de rosas, recuerdos y añoranzas,
ni allí has sentido el resplandor de esa caricia
cuyo calor quedó, aun muerta la mano y su ternura.
Náufrago, en fin, del duro asfalto de tus ojos,
víctima de un tiburón hecho de olvidos, odios y flaquezas,
un canto de sirenas te atrapó en su espejo
y hoy tomas por verdad sus gritos mercantiles,
su alabanza sin fe a un Dios sin cielo cierto.
Vuelve, compasión, a perdonar el yerro,
tiéndete otra vez como mujer desnuda y pura,
como campana sin rencor, cuyo badajo está en la turba,
y enséñanos a andar en la espiral del dulce cuerpo
de cada día y cada noche, dispuestos a colmarnos
a nacer y envejecer como la lluvia entre las piedras
que cae y luego cesa, pero es perenne en la semilla.
06 07 12
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