“El traje de madera que estrenare, No esta ni siquiera plantado”.

De donde venga,
siempre me espera,
una hoja en blanco,
y una lagrima
que se divorcia,
de los pañuelos…

Porque el escritor,
mariconea,
miente, y alardea,
su condición,
de escribir el punto,
y subrayar la coma.

Que tal si remuevo mierda,
esta es la oportunidad que tendrán,
de hacer la vista gorda,
porque tengo ganas justo ahora,
de hablar de derrotas.

De los duelos propios y ajenos,
como cuando muere un padre,
y nos hacemos más viejos,
mas hombres, mas necios,
mas muerto que vivo,
pero un poco más vivo,
que inepto…

O perder una madre,
un refugio un estandarte,
una mirada cómplice,
un juez y parte,
las que condenan verdades,
las que justifican nuestras mentiras,
un orgullo que dan vergüenza,
la bandera que nos identifica...

Perder un amigo,
es la injusticia de crucificar,
al mismísimo Jesucristo,
es matar la mitad de las sonrisas,
que nos han regalado,
por el precio de venir,
a un mundo
donde el llanto nos acompaña,
desde que salimos del vientre…





Perder un hermano,
es vivir en un álbum de fotos,
lo que reste de vida,
es un perdón, que se traga la tierra,
es la desgracia, de un espejo partido…

Perder a un hijo,
perder a un hijo,
debe ser el verdadero motivo,
para cortar de un tajo las venas,
y escupirle en el rostro,
a la hija de puta, de la muerte.

Pero la peor de las derrotas,
no es lo que se lleve el quetejedi,
sino esa decisión propia,
de no tener más ganas de existir,
de respirar solo por instinto,
de envejecer junto al calendario,
de rendirse a mitad del camino,
de no encontrar manos,
cuando mas las necesito…

y cuando por mi venga,
ese tipo que no sabe perder,
a cantarme las cuarenta y diez,
tratare de ser una gran isla,
y que nadie se entere,
para que no hayan
mal hablados,
disfrazados de poetas,
y que a nadie se le ocurra decir,
_“que buen tipo que era…”