Tus cabellos eran la espuma del silencio.
En menguantes lunas en tu rostro brillaba la blancura.
Eran nítidas voces las que en el suspirar de tu silencio
se acentuaban en la luna. Cantaban la soledad de tu misterio.
De perplejas llamaradas, la armonía vislumbraba en tu cintura
la nítida claridad de tu silencio.
Eran breves tus labios en el sigilo de palabras
"miel", "dulzura", "arrebato", enmudecidas por mi voz
que en la llama de la noche despertaban tu blancura.
Una sed, en el transcurso la noche aletargaba
como mi último suspiro,
reverbero de tu pecho.
Una misma sombra, tangía la luz de dos palomas,
una ciénaga en abril, tu mirada nocturna.
En el alba las estrellas aún eran soberbias
muestras de la generosidad de tu pureza.
Una taza de té, besada por tu boca
desvestía el madrigal de mi silencio,
una octava que en su júbilo templaba
el renacer en la aurora de tu boca.
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