Ante mis ojos se despliegan dos mundos… Uno es el materno: del misterio, placer y de la muerte. En éste conviven experiencias opuestas: vida-muerte, bondad- crueldad, placer-dolor... Es el de la caducidad, de lo fugaz, de la llamarada rápida, efímera y maravillosa que arde brevemente y, repentinamente se apaga; imagen de todas las delicias. Placer capaz de devorar, de un momento a otro, hasta la más honda melancolía. Es el emblema de la madre, fuente de dicha y placer. La caducidad nos inunda de horror, hecho que también ocurre al contemplar el marchitarse de hojas y flores y al sorprendernos ante lo perecedero de los seres.
Este mundo de lo sensible sería la chispa que el arte enciende para llevarnos al otro mundo: el de las abstracciones que es el que corresponde al mundo paterno.
Este es el del espíritu, de las ideas y la voluntad. Exige el sacrificio de nuestro bien más precioso: la libertad, lo que nos cercena la posibilidad de deambular sin límites, de ejercer nuestro libre albedrío, de ser independiente. Exige sacrificios, tiene costes económicos si queremos plasmar nuestras creaciones y compartirlas con nuestros semejantes. Nos hace superar el sentimiento de caducidad puesto que, al dejar huella, nos lleva a deleitarnos con la inmortalidad que podemos lograr a través de nuestras obras.
El arte reconciliaría los contrastes entre los dos mundos, el materno con su chisporroteo y su invitación a deleitarnos con lo fugaz y el mundo de las ideas vinculado a lo paterno y al florecimiento del espíritu.
Este mundo de lo sensible sería la chispa que el arte enciende para llevarnos al otro mundo: el de las abstracciones que es el que corresponde al mundo paterno.
Este es el del espíritu, de las ideas y la voluntad. Exige el sacrificio de nuestro bien más precioso: la libertad, lo que nos cercena la posibilidad de deambular sin límites, de ejercer nuestro libre albedrío, de ser independiente. Exige sacrificios, tiene costes económicos si queremos plasmar nuestras creaciones y compartirlas con nuestros semejantes. Nos hace superar el sentimiento de caducidad puesto que, al dejar huella, nos lleva a deleitarnos con la inmortalidad que podemos lograr a través de nuestras obras.
El arte reconciliaría los contrastes entre los dos mundos, el materno con su chisporroteo y su invitación a deleitarnos con lo fugaz y el mundo de las ideas vinculado a lo paterno y al florecimiento del espíritu.
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