tejedora de magia,
ninfa de los cielos.
Corrí hacia ti, mi diamante bendito,
nívea aceituna,
por ahogar un eco tardío, una promesa rota.
Diosa inmensa, Artemisa,
en tu intenso resplandor
emborraché la decepción,
empañando mi desdicha.
Mi despecho en tu manto,
soberana de la noche,
no pronunciaba reproche,
sólo empapaba de encanto.
Gota de ópalo en baúl majestuoso,
sublime y eterna hermosura,
mi llanto de amargura
hoy se agita de gozo.
No habrá poema taciturno,
sino salmo agradecido,
inmaculado y divino
a tu misterio nocturno.
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