Prendada en una ola aleé mis pies,
mostrando el revés de mis entrañas,
cubriendo hasta la escuadra de mi Fe
y la fiebre que de sed me embriagara.
He subido en casi todas las nubes,
donde no estoy, anduve, y ahí quedo,
devota del puedo que carga mis urbes
de verdes y azules para nuestro cielo.
Te es un canto ordinario el de mi sangre
que ruge al mirarte de tanto que desea,
peligrosamente cierta la fuerza que late
y que, por mirarte, ciega y muda se queda.
Existes demasiado y en demasía asisto
como puntos suspensivos en tu renglón,
con el corazón repleto en tantos sentidos
que todo son indicios de su gran amor.
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