pues no sabría explicarlo.
Sólo sé que te estuve esperando
desde la eternidad de mi impaciencia,
y por fin, has venido.
Has venido; mi amor,
con tu sonrisa ancha y tu figura inhiesta,
y en tus sienes, de diosa,
el laurel y el olivo.
Has venido,
desde las altas cumbres de tu sierra,
trayéndome en tus manos ¡oh hermosa!
un manojo de versos florecidos,
a cuyo olor; amada,
mi corazón retoma sus latidos.
Recaredo.
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