Tiempo atrás, un ingeniero loco llamado Destino
trazó sus planos,
dejándolos en un rincón, aparentemente olvidados.
Un puente llamado Deseo,
tendido entre dos cuerpos.
Luego, un roce fugaz, una mirada,
una palabra, o un aroma,
descubren aquel diseño
que hacemos nuestro junto a otro
hasta entonces ajeno
y ahora imprescindible.
Es tiempo de pieles arquitectas
de edificios en llamas.
Llegan, impúdicas, las miradas que desnudan,
derribando secretos.
Una valla gigantesca rodea la cabeza,
e impide el paso a la razón.
Sin cascos protectores, nos lazamos
como diligentes hormigas, a levantar pilares
y trazar pasarelas.
Ingenuos, y ciegos de ilusión,
esperamos encontrar
al otro extremo del puente
a aquel que, en un momento,
breve quizás,
soñamos eternamente nuestro.
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