Te llaman mis horas, aunque ninguna te nombre,
y espero a las puertas de tu corazón.
Yo soy el viento que viene del norte
y avivo la llama que prende el amor.
Te llaman mis días y tú me respondes,
musitando los labios sentida oración.
Yo soy el viento que baja del monte
y tú, mi plegaria y mayor bendición.
Remonto laderas y altas montañas,
dejando una estela que habla sin voz.
Me torno brisa al llegar a tu playa
y resueno en tu alma, cual sonora canción.
Te llaman mis noches, aunque ninguna te nombre,
y espero a las puertas de tu corazón.
Yo soy la centella que viene del norte
y tú eres la estrella que abraza a mi amor.
Y donde se unan, en lejano horizonte,
ese rojizo cielo con la inmensidad del mar,
allí despertaremos del prolongado sueño
y, con lluvia de besos, te vendré a nombrar…
G.S.A.
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