Allí, en la cumbre más profunda,
en el centro de tu sangre,
se encuentra el fuego infinito,
la humedad que arde,
el eclipse de los cristales…
Allí no hay reloj, ni reflejo,
nada nubla la mirada cuando llegas a entregarte;
amor, el silencio de mis dedos acariciando el horizonte,
el abandono de los párpados en la lluvia de colores;
vida, sentimiento resbalando por tu rostro,
contracción y distensión de la esencia…
Abre los ojos del alma
y camina la huella de las hojas;
aventúrate a los vientos,
despeja tus miedos y rebélate a tu costa.
Búscame y quédate dormido en mi aliento,
suspiro azabache que pregona mil estrellas,
que canta los destellos que te nombran esta noche…
¿Logras percibir el aroma de esta hora,
que duerme en la confianza de saberse infinita?
Ha querido cantar y bailar en el temblor de tu esquina,
sólo porque mires más allá de tu propio silencio…
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