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Por esa pena,
que me muestra su denuedo más feroz.
Que provoca en mí un genio ambulante.
Que hiere.
Que supura las llagas de mi cuerpo
como si fuera el último vestigio que me queda.
Por esa pena yo sonrío,
suspirando hondo,
alargando algún pensamiento,
que me eleve sin desdoblarme
hacia, vaya saber uno, que mundo asilo.
Por esa pena,
yo estoy aquí,
escribiendo estos versos,
insufribles, desolados, viciados,
perturbadores y extraños.
Me desvivo por una sonrisa,
que tal vez sea una simple mueca,
de algún músculo dormido,
que me diga
que aún y a pesar de todo,
estoy viva.
Por esa pena,
me tomo en tragos largos al sol,
-sin permiso ni autorización alguna-
en una tarde de primavera,
mientras tarareo las letras de Sabina,
y repaso en mi mente mil años más
y otra vez,
una poesía de Quetzal.
Hablo muchas veces más de lo que mi silencio me agota,
y río más de lo que sarcófago me agobia.
¡Por Dios, por esa pena!
ahora que me doy cuenta,
que caigo en la noción del tiempo,
sin un amor que me desvele.
Por esa pena,
¿Cuanto hace que no lloro…?
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