En la distancia gasto el tiempo
en hurgar en mi memoria cavilante,
pequeñas manos obstinadas dejan caer,
pétalo a pétalo, recuerdos del pasado.
Después de la carne,
van los átomos dispersos,
que se adaptan a los pisos y paredes
a los bordes que se dilatan, que dan vuelta
y permanecen, en el mediodía, en los cuerpos,
en el jardín de la existencia,
para verlos de día en día marchitar.
A lo sumo, encendidos sus colores,
se renuevan en la frescura
que triunfa más allá de la muerte.
Estoy fuera de mí y busco,
como persona ciega, en la claridad,
la cosa soñada, la luz que he extraído a la sombra,
apretujo la voluntad para no dejar el cristal del pasado
y así sacar el olvido de la memoria.
En el jardín cercano el perfume rompe
su empaque distraídamente,
el aire toma perfiles raros, es casi aroma,
y en toda la casa el silencio impone sus horas
hay claridad, verano y nítidamente,
tiempo prolongado que nadie puede encarcelar,
reducciones de la vida que vivieron.
Todo cambia:
el mundo,
todo cambia,
observo hacia la calle, veo nubes errabundas,
cruza el día, pequeña isla del pensamiento.
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