Llueve,
detrás de los cristales un cielo plomizo,
junto vivimos la tarde,
horas de fulgor.
La alegría entera irradia
del mundo corto y ardiente del lecho,
al lado la luz tenue de una lámpara,
en una esquina del lugar brilla la música.
Una oleada de calor excita nuestros cuerpos,
entonces gestos satisfechos,
la sonrisa, miramos la paz,
en los rostros la dulzura.
La humedad viene de las paredes de la casa,
no sé si continúa hostil conmigo,
veo un indicio de ello en el sueño en
que se encierra profundamente.
El cielo plomizo ayuda
a aumentar la sensación inquietante,
los violines en la niebla
saludan al sol que muere,
suena la canción lúgubre del mar.
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