En la luna
Era la luna infinitesimal
una mosca blanca en la sopa del cosmos,
un ojo inservible guiñándole a algún cielo
en las noches oscuras del origen del mundo.
Los hombres todavía ni aullaban ni tenían risa
y los labios del mar o los besaban o los digerían.
Vaga era la atmósfera, indivisible del fuego,
mezclada con la aurora y la tierra en que crecimos.
Quizá tenía la luna algún hermano,
quizá nosotros somos sus hijos en el orden
y también el satélite que llora al añorar su luz de madre.
Quién sabe si los ángeles la habitan,
quién sabe si la idea del polvo que regresa al polvo
tan solo signifique que volveremos a su nieve,
a sus hojas de sal, a su nata de olvido,
a su espectacular conejo de alas blancas.
Me gusta sin pensar ver sus orejas en los lagos,
ver cómo viaja cual la novia que abandonan en invierno.
No sufre ni hay calor, pero es bella y ya subsiste
como un rayo o un recuerdo en las guedejas de algún árbol.
Quizá la noche entera sea la espuma de un oleaje,
de un fervor submarino de huesos y naufragios,
de arenas sin hollar salvo en las botas
del lánguido astronauta que la tomó de la cintura.
Quizá es incluso el día su trono inmarcesible,
su pálida canción de fábricas y empeños,
de quimeras fantasmales y cuchillos que la violan,
de rostros como el nuestro perdidos en las añoranzas.
Un día nos dirá todo lo que no sabemos
y luego del asombro borrará nuestra memoria.
Sospecho que ese día ya ha ocurrido muchas veces.
Por eso ando en la luna, tratando de volver a casa.
22 03 10
Era la luna infinitesimal
una mosca blanca en la sopa del cosmos,
un ojo inservible guiñándole a algún cielo
en las noches oscuras del origen del mundo.
Los hombres todavía ni aullaban ni tenían risa
y los labios del mar o los besaban o los digerían.
Vaga era la atmósfera, indivisible del fuego,
mezclada con la aurora y la tierra en que crecimos.
Quizá tenía la luna algún hermano,
quizá nosotros somos sus hijos en el orden
y también el satélite que llora al añorar su luz de madre.
Quién sabe si los ángeles la habitan,
quién sabe si la idea del polvo que regresa al polvo
tan solo signifique que volveremos a su nieve,
a sus hojas de sal, a su nata de olvido,
a su espectacular conejo de alas blancas.
Me gusta sin pensar ver sus orejas en los lagos,
ver cómo viaja cual la novia que abandonan en invierno.
No sufre ni hay calor, pero es bella y ya subsiste
como un rayo o un recuerdo en las guedejas de algún árbol.
Quizá la noche entera sea la espuma de un oleaje,
de un fervor submarino de huesos y naufragios,
de arenas sin hollar salvo en las botas
del lánguido astronauta que la tomó de la cintura.
Quizá es incluso el día su trono inmarcesible,
su pálida canción de fábricas y empeños,
de quimeras fantasmales y cuchillos que la violan,
de rostros como el nuestro perdidos en las añoranzas.
Un día nos dirá todo lo que no sabemos
y luego del asombro borrará nuestra memoria.
Sospecho que ese día ya ha ocurrido muchas veces.
Por eso ando en la luna, tratando de volver a casa.
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