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por De delinear la sombra en multitudes diáfanas
escribo el desazón de tu contorno
que en el alba la razón de las sábanas
encienden el plegado abismo de un horno...
Luces cauces que presagian una distancia
cultivar la sonrisa, desamparo
en el vestido de una efímera substancia
un arrebato, digo, una mazmorra, un faro...
Pues es la luz el eclipse fugitivo
de tu mirada y la sonrisa de Calíope
levanta en andas tus pasos, expresivo
andén que en el mar, la orilla esculpe.
Por eso mi distancia al preludio
de un ave tierna fénix, llamarada
que se esconde en el vaivén de tu pisada
hunde la ceniza en la arena, en el estudio.
Compra la crisálida la lluvia,
de un vespertino astro en el poniente
pues el resguardo de tu mirada sonriente
levanta el velo de tus ojos de novia.
Arremete el caudal de tibios versos
la mirada, el fuego de cerezos
que el crepúsculo del ave decidida
invierte en eco los murmullos de la vida...
Vuela quizás, en el dosel que yo aletargo,
la bandurria que lo sigue al descubierto,
alea la forma del fuego al llanto amargo
pero resurge de cenizas, océano despierto.
En los hilos donde supe que miraban
los vergeles a tejer las hebras de los pinos
dulce preparaban la función donde aceraban
las otras aves, tus cabellos endrinos...
... Y entonces pude distinguir del sueño cauto
que la doncella que volaba con su mano
con sus caricias, dulcifica al artesano
en mis mejillas, donde el ave Fénix es de luto.
Vuelan ahora, tus manos, mis oídos
en el caudal de los sueños y letargos
para apreciar en el cielo el fuego de los dos,
y distinguir en el ocaso flagrantes ojos magos.
escribo el desazón de tu contorno
que en el alba la razón de las sábanas
encienden el plegado abismo de un horno...
Luces cauces que presagian una distancia
cultivar la sonrisa, desamparo
en el vestido de una efímera substancia
un arrebato, digo, una mazmorra, un faro...
Pues es la luz el eclipse fugitivo
de tu mirada y la sonrisa de Calíope
levanta en andas tus pasos, expresivo
andén que en el mar, la orilla esculpe.
Por eso mi distancia al preludio
de un ave tierna fénix, llamarada
que se esconde en el vaivén de tu pisada
hunde la ceniza en la arena, en el estudio.
Compra la crisálida la lluvia,
de un vespertino astro en el poniente
pues el resguardo de tu mirada sonriente
levanta el velo de tus ojos de novia.
Arremete el caudal de tibios versos
la mirada, el fuego de cerezos
que el crepúsculo del ave decidida
invierte en eco los murmullos de la vida...
Vuela quizás, en el dosel que yo aletargo,
la bandurria que lo sigue al descubierto,
alea la forma del fuego al llanto amargo
pero resurge de cenizas, océano despierto.
En los hilos donde supe que miraban
los vergeles a tejer las hebras de los pinos
dulce preparaban la función donde aceraban
las otras aves, tus cabellos endrinos...
... Y entonces pude distinguir del sueño cauto
que la doncella que volaba con su mano
con sus caricias, dulcifica al artesano
en mis mejillas, donde el ave Fénix es de luto.
Vuelan ahora, tus manos, mis oídos
en el caudal de los sueños y letargos
para apreciar en el cielo el fuego de los dos,
y distinguir en el ocaso flagrantes ojos magos.
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