y aunque yo le dije que no,
que nos podían ver,
ella insistió: bésame los muslos,
anúdame la palabra
hurga en ellas como una lengua
hasta que el placer aúlle como un exceso de burdel barato,
hasta que abra los brazos implorando al santo
y el santo se tape los ojos de tanto escándalo.
Bésale el capullo a la loba, me dijo,
muéstrale tu endecasílabo,
derríbala hasta que ejerza su tristeza en círculos concéntricos
y en ella algo cante con ruidos de celda
y en ella un manojo de llaves abra sus infiernos y te trague
y hasta que ya no puedas mas, bésame.
Y entonces yo la besé y la besé
a la muy puta poesía.
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