Y de pronto en la nada
la perdió en un segundo.
No logró ver su rostro,
pero aquella peineta
que el le regalara,
en sus rubios cabellos,
la delataba.
...
Algo desde esa ventana
le dijo que la observaba;
y se sintió tan cohibida,
que se marchó hacia la nada.
Y le vino a la memoria
hacía tanto acallada,
la lágrima reprimida,
la pena disimulada.
...
El hombre salió por la puerta;
la rubia corrió por la acera,
y en un adoquín de piedra
cupieron sus pies y los de ella.
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