LA MUÑECA
Padre,
esas teclas gastadas
de piano
que vibran en mi alma,
me recuerdan
el camino que recorrí
enlazada a la tibieza
de tu mano;
fue tan breve nuestro andar
que duró como una brisa
de verano.
Hoy te recuerdo en una esquina.
Con tus pasos vacilantes
y frágiles,
me esperabas
con tu escogido regalo.
Una muñeca de porcelana
y la ternura de tus palabras.
Me llenaste de vida
en aquella tarde lejana,
de mi otoño en puertas.
Parecía que ya había anochecido
en mi vereda,
pero fui tan niña
que se alborozó mi alma.
¿Sabes padre?
Esa muñeca la esperé
cuarenta años,
y llegó entre albricias
y lágrimas
junto a tus abrazos
que colgaban del árbol
del tiempo derramado.
Y hoy que ya te has ido,
¡cómo me duelen
esas notas de piano!
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