Cómo se quema mi piel en tus caricias y en tu aroma, mi alma dolorida.
Cuánto hiere tu voz en el eco del silencio, mientras me transcurre inerme la vida.
Límpiame la herida de andares empedrados,
de ansiarte tanto, tanto y no tenerte a mi lado.
Oh mariposa dormida,
cómo me duele tu capullo,
que me envenena la vida
con su mortal arrullo.
Este duelo taciturno que contamina mis venas,
que me corroe las horas y me convierte a la pena.
No halla consuelo certero,
sino tan sólo nostalgia,
que me devora en añoranza,
sometiéndome a su duelo.
Y todavía te quiero, cómo me duele quererte…
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