Busca el ciego cauce…

Busca el ciego cauce…

Busca el ciego cauce la letanía del dolor que esculpe tu mirada afectuosa,
del llanto que abreva nuestras sombras en un confín desesperado,
y anega hilos de plata en la penumbra,
engendra ánimos de voluble brisa
y encierra caparazones de hierro sobre la fausta magnolia
que corre y vuela, ya cadente en el suspiro maniatado de sesgas almas,
alado en el encierro,
dosel cuyo suspiro engendra vuelos de risa y ya de sombras en el ático
mutual de un arduo sin fin de luces y recorre el laúd inverso
del recipiente atribulado en el encierro del ala, al compás de la espera
y luce el derrame de los mares, en el ajetreo feroz de la siembra murmurada,
y busca el látigo, las alas del albor recreando fortalezas,
emancipando carros de furia estéril, confrontando versos, dosificando brumas,
arredrando fortunas, coloquios de siembras en las llamaradas del ocaso,
de bruma templando los bravos oropeles fatuos, del hielo que se acendra
en longitudes de sombra y arroz, legitimando la mañana
enseñando cedros, arrebatando bruma, quitando la sed del encierro por
alas que vuelan
a contrapelo del mar, del océano imbuido por más
ciegos desvelos, que nacen y se hunden en la llama…

Mis ojos vituperan el albedrío sagaz, mundano, de una flor
que habla y se solaza, campana errante ante una fobia de lunares,
de lugares naciendo en el ardid del sitio albergado de estrellas,
por regiones de noche y sólo hebras de destello,
caben amar los riegos de los astros sobre nuestras cabezas,
aleteando el murmullo en la ciega búsqueda de flores…

Por donde el dosel de juncias y arrebatos de rosas y jazmines
atacan el desvelo, el canto al ruiseñor de llamas:
Primavera

que vuelve, y colapsa los poros como flores emancipadas de belleza,
de roces que la hebra de la sombra niega en solapados cantos,
y hunde en los trigales
asomos de oro y láudanos de toques minerales
en el dolor de plata
de tegumentos desvariados
ante la sencilla, apacible juventud,

que nos invoca…