en mi celda de cenizas,
implorándole a la muerte
que me lleve de prisa.
Esta herida amortajada
que desangra hasta mi alma,
fue el martirio de tu daga
que me envenenó la calma.
Un poema manchado
por el llanto de olvido;
un infierno encadenado
a mi propio respiro.
Ruego al cielo por descanso,
agobiado está mi pecho.
¡Enséñame tu remanso!
¡Regrésame, a tu divino lecho!
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