Preso en diciembre

Preso en diciembre

Espadas y espineles, cerveza y boca fría,
las noches de diciembre son un caos,
calientes y profanas, internamente a solas,
la gente corre en ellas como en Pegasos de colores.
Empieza con la tarde de un azaroso viernes,
las últimas corbatas, los timbres, el saludo
de aprecio y de desprecio entre ausentes colegas,
los mismos, los que parten, los que pierden
todo el fin de semana en olvidarse de sí mismos.
En tanto se hace noche, desabrigan
los pájaros sus trajes y echan a dormir en blando nido,
las catedrales anuncian las misas del domingo
y el hombre sin bastón cojea entre sus propias decepciones.
Bebamos, pues, amor, que el fiasco viene,
el fraude de la voz que prometió esperanza,
el célebre tesón por conquistar nueva alegría
y al fin sólo quedarse con camisas blancas.
Es noche y es diciembre, los balcones
del mundo se han llenado de rocío,
de frutos, de peceras, de correos, del mercado
y cartas sin abrir, digitalizadas en la nieve.
Es sólo un corredor la eternidad ya detenida
y en pasos atenuados por los golpes del camino
el hombre viene y va, corbata adentro,
camisa adentro de un desnudo y gris fantasma,
es todo soledad de multitudes,
espejismo de un cuerpo al que te abrazas
y que al amanecer te dejará otra vez sin besos.
No queda por hacer sino peinarse
la piel del pantalón con caminatas,
los huesos de la sien con viento fresco
y el escaso cabello de los sueños
con un verde licor guardado en frascos por tus alegrías.
Vayámonos, amor, a otra jugada,
el mundo ya perdió y no hay nuevas cartas
para marcar en pos de un nuevo cielo
aquí, bajo sus narices, que estornudan
villancicos y culpas y malas oraciones.

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13 02 14