La bitácora de sal
Hui lejos del mar, eso creía,
pero las olas me siguieron en el viento,
en el ondear de cada nube, en las hormigas
que llevan y que traen sus arenas a mis pasos.
Así es que marinero soy, terrestre, ciego,
metálico y rapaz cual las gaviotas,
elástico en la bruma de los días de oro,
abisal como la flor muerta en la espuma de la carne.
O pez, quizá eso soy, por eso pálido y callado,
frío y nostálgico a la luz de cada luna,
mediterráneo al fin, como en el plato en que me sirvo
tu corazón hecho de espinas y de las mismas soledades.
Antártico me voy, debajo de las olas
del día y de la noche que contengo,
exánime en la paz devoradora
de los océanos helados que habitan en mi sangre.
Rumor yo soy de arenas estelares,
de oleajes en la voz, de mil cangrejos
azules y blindados en la pulpa
de un sueño en que meriendan las estrellas.
Por tanto, viejo mar, no me rechazan las mareas
del alto ir y venir de las ciudades,
del ronco cosquillear de las jornadas
en que debemos batallar para encontrar un fin terrestre,
por tanto, amigo mar, oigo tu canto
como si el mío fuera, y lo repito
como si uno más yo fuera de tus albatros torpes
paseándose en el muelle a la espera de un pescado.
Y salgo por las calles cual sardina,
simétrico en tumulto, en apretones,
en la lata del metro atiborrado,
en la mesa del jefe, sin cabeza,
en mis propios deberes perdiendo las agallas,
y todo me parece sumergido,
el beso que no doy sin escafandra,
la mano que no extiendo en la marea,
y el sueño como escamas que se caen de mi pelo,
de mis huesos, de cada soledad en que me ahogo.
Espinas de pescado hay en mis sienes
y es cada ocaso cruz en la que asciendo,
acaso no tendré cielo al que asirme,
pero sí una playa eterna de lágrimas que me alcen,
que me quiten la ropa, que me mezan
y me hundan al final en mi propio testimonio.
Hui pues de ese mar al que regreso,
porque en el fondo está como en mi núcleo atado,
en mi barba, en mi piel, en mi jornada,
está como en la extensa soledad de mi infinito
en que un bajel o dos acaso se acercaron,
mirándolos yo fui la vida entera,
amando entre las olas su trayecto,
y al fin eran mis ojos los mirados
desde su eternidad de padre permanente.
Amado mar, no escapo más de mi destino,
ya mis lágrimas lloré, solo me queda
hacerme capitán en cada estela
y a mis costas llegar tras el tesoro de mis propias islas.
Bésame mar, no sé esta vez cuándo regrese,
pero sé que estarás entre tus redes para hallarme,
un solo corazón tuve y te entrego,
la caracola contará de mis hazañas
cuando el sol beba en tus aguas y se duerma.
Un hombre se verá frente a tu ocaso,
sentado frente a ti, con el timón enhiesto
en sal y en lagrimones de un adiós
y de una eterna y solitaria bienvenida.
http://fuerteyfeliz.bligoo.cl/
29 12 13
Hui lejos del mar, eso creía,
pero las olas me siguieron en el viento,
en el ondear de cada nube, en las hormigas
que llevan y que traen sus arenas a mis pasos.
Así es que marinero soy, terrestre, ciego,
metálico y rapaz cual las gaviotas,
elástico en la bruma de los días de oro,
abisal como la flor muerta en la espuma de la carne.
O pez, quizá eso soy, por eso pálido y callado,
frío y nostálgico a la luz de cada luna,
mediterráneo al fin, como en el plato en que me sirvo
tu corazón hecho de espinas y de las mismas soledades.
Antártico me voy, debajo de las olas
del día y de la noche que contengo,
exánime en la paz devoradora
de los océanos helados que habitan en mi sangre.
Rumor yo soy de arenas estelares,
de oleajes en la voz, de mil cangrejos
azules y blindados en la pulpa
de un sueño en que meriendan las estrellas.
Por tanto, viejo mar, no me rechazan las mareas
del alto ir y venir de las ciudades,
del ronco cosquillear de las jornadas
en que debemos batallar para encontrar un fin terrestre,
por tanto, amigo mar, oigo tu canto
como si el mío fuera, y lo repito
como si uno más yo fuera de tus albatros torpes
paseándose en el muelle a la espera de un pescado.
Y salgo por las calles cual sardina,
simétrico en tumulto, en apretones,
en la lata del metro atiborrado,
en la mesa del jefe, sin cabeza,
en mis propios deberes perdiendo las agallas,
y todo me parece sumergido,
el beso que no doy sin escafandra,
la mano que no extiendo en la marea,
y el sueño como escamas que se caen de mi pelo,
de mis huesos, de cada soledad en que me ahogo.
Espinas de pescado hay en mis sienes
y es cada ocaso cruz en la que asciendo,
acaso no tendré cielo al que asirme,
pero sí una playa eterna de lágrimas que me alcen,
que me quiten la ropa, que me mezan
y me hundan al final en mi propio testimonio.
Hui pues de ese mar al que regreso,
porque en el fondo está como en mi núcleo atado,
en mi barba, en mi piel, en mi jornada,
está como en la extensa soledad de mi infinito
en que un bajel o dos acaso se acercaron,
mirándolos yo fui la vida entera,
amando entre las olas su trayecto,
y al fin eran mis ojos los mirados
desde su eternidad de padre permanente.
Amado mar, no escapo más de mi destino,
ya mis lágrimas lloré, solo me queda
hacerme capitán en cada estela
y a mis costas llegar tras el tesoro de mis propias islas.
Bésame mar, no sé esta vez cuándo regrese,
pero sé que estarás entre tus redes para hallarme,
un solo corazón tuve y te entrego,
la caracola contará de mis hazañas
cuando el sol beba en tus aguas y se duerma.
Un hombre se verá frente a tu ocaso,
sentado frente a ti, con el timón enhiesto
en sal y en lagrimones de un adiós
y de una eterna y solitaria bienvenida.
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