Era la hija de un tiempo,
de un pueblo y una raza,
un rayo de esperanza
a pecho descubierto.
Nunca aceptó un progreso
que a lo vivo enterrara.
Tras las falsas promesas,
un puñal aguardaba...
Era una voz añeja,
quebrando las entrañas.
Silencio que clamaba
por aire, mar y tierra.
¡Ay! ¿Quién escuchó al trueno,
que no dijera nada?
¿Quién vio cruzarse al rayo,
que luego lo ocultara?
¿Qué ciego, sordo y mudo
trajo tanta desgracia?
¿Quién se lamentará,
que antes no lo evitara?
Era la hija de un tiempo,
de un pueblo y una raza,
un halo que irradiaba
a corazón abierto.
Ella era, sigue siendo,
y por siempre será,
la luz de una conciencia
que nunca morirá.
G.S.A.
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