Oda de los alimentos
Viva el atún, desmenuzado con cebolla,
la pulpa virginal de un buen puré con su bistoco,
el cristalino arroz que acompañó una carne al jugo
o el lacio tallarín, ya desmayado por su huevo frito.
Vivan los platos de las mesas ancestrales
con pebre, con cilantro, con su copa de buen vino,
con el pan rebanado en un plato de greda
y el mantel bien planchado, como el rostro de algún lago.
Vivan las fuentes de ensalada de tomates,
las habas, las lechugas, el repollo con pimientos,
la fresca expedición de una aceituna hacia tu boca,
y el regreso triunfal del sol en cada choclo que desgranas.
Viva la tierra con manzanas en sus huertas,
con zanahorias en la piel, con mil frutillas en los surcos,
las frutas del color del arcoíris
y las verduras vueltas primavera en cada tallo.
Viva el sagrado agradecer los alimentos,
la cósmica oración por los benditos campos
que llenan su heredad de agua y de rayos
del sol para volverlos milagrosos patrimonios.
El chubasco da su piel para la fronda de la tierra,
el tiempo es un trigal para la harina de los días,
panes, bollos, cereales celestiales
y sábanas y camisas más que blancas para el cuerpo,
el polen que nutrió las madrugadas
en cada vendaval llena los sueños
del hombre, de la raza, del pedazo
de patria que vigilan las abejas,
y el recio árbol del mar, con sus raíces
de insondable belleza y laberinto,
nos brinda en cada especie su misterio
de peces, de mariscos, de nutritivas algas
de misteriosos dioses eróticos y de sabor eterno.
La tierra es un gran plato de comida,
que alcance a todos es nuestro desafío,
no con las sobras del mantel de los pudientes,
con la misma dignidad con que la hormiga se procura el grano,
con la misma libertad con que la abeja escoge alguna rosa,
con el mismo placer con que los hijos amamantan de su madre.
No hay otro menú que la justicia en cada cena,
que al volver del trabajo hallar la mesa bien servida,
la carne, el vegetal, los aderezos de la vida
y el pan sagrado y puro del que lo gana con el sudor de su alta frente.
Será un banquete el día en que no falte
ninguno a la gran fiesta de sabores y alimentos,
por eso canto aquí de las delicias de la tierra,
porque en ellas cierto voy de que es de todos
su milagro y su regalo para el sustento de nuestra esperanza.
http://fuerteyfeliz.bligoo.cl/
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Viva el atún, desmenuzado con cebolla,
la pulpa virginal de un buen puré con su bistoco,
el cristalino arroz que acompañó una carne al jugo
o el lacio tallarín, ya desmayado por su huevo frito.
Vivan los platos de las mesas ancestrales
con pebre, con cilantro, con su copa de buen vino,
con el pan rebanado en un plato de greda
y el mantel bien planchado, como el rostro de algún lago.
Vivan las fuentes de ensalada de tomates,
las habas, las lechugas, el repollo con pimientos,
la fresca expedición de una aceituna hacia tu boca,
y el regreso triunfal del sol en cada choclo que desgranas.
Viva la tierra con manzanas en sus huertas,
con zanahorias en la piel, con mil frutillas en los surcos,
las frutas del color del arcoíris
y las verduras vueltas primavera en cada tallo.
Viva el sagrado agradecer los alimentos,
la cósmica oración por los benditos campos
que llenan su heredad de agua y de rayos
del sol para volverlos milagrosos patrimonios.
El chubasco da su piel para la fronda de la tierra,
el tiempo es un trigal para la harina de los días,
panes, bollos, cereales celestiales
y sábanas y camisas más que blancas para el cuerpo,
el polen que nutrió las madrugadas
en cada vendaval llena los sueños
del hombre, de la raza, del pedazo
de patria que vigilan las abejas,
y el recio árbol del mar, con sus raíces
de insondable belleza y laberinto,
nos brinda en cada especie su misterio
de peces, de mariscos, de nutritivas algas
de misteriosos dioses eróticos y de sabor eterno.
La tierra es un gran plato de comida,
que alcance a todos es nuestro desafío,
no con las sobras del mantel de los pudientes,
con la misma dignidad con que la hormiga se procura el grano,
con la misma libertad con que la abeja escoge alguna rosa,
con el mismo placer con que los hijos amamantan de su madre.
No hay otro menú que la justicia en cada cena,
que al volver del trabajo hallar la mesa bien servida,
la carne, el vegetal, los aderezos de la vida
y el pan sagrado y puro del que lo gana con el sudor de su alta frente.
Será un banquete el día en que no falte
ninguno a la gran fiesta de sabores y alimentos,
por eso canto aquí de las delicias de la tierra,
porque en ellas cierto voy de que es de todos
su milagro y su regalo para el sustento de nuestra esperanza.
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