Viejas palabras de uno
Uno ya es viejo y sabe, uno ha vivido,
no en vano tiene surcos en el rostro,
no en vano el corazón late más duro
y la dulce lejanía no nos llena como entonces.
Uno ya está listo, tiene fórmulas
para olvidar, para el dolor, para los días,
traigan estos o no fruto o ventanas,
o pasen simplemente como piedras que pateas
en tu andar o que el río de los tiempos se ha llevado,
como a ti sin regresar ni a la muralla ni al molino de esos sueños.
O pasen como las noches cual arena entre tus dedos,
entre besos que no das, que no recuerdas
y que a lo más con su roce abren la herida que ya duerme.
Uno ya está vivo, ya está muerto,
ya sabe que no todo es verdadero,
que apenas la mitad es rosa y nube,
el resto tierra gris que se regó con sangre nuestra.
Uno comprende pues que nada acaba,
que nada empieza, que nada permanece,
que toda la bondad se fue gastando adentro
como los ojos que ya ven cada vez menos de la aurora,
como la piel que se quedó en esas caricias que no vuelven,
en la copa que alzaste, en la camisa
que te abrazó cuando ya nadie estuvo cerca para oírte.
Entonces uno aprende que aprender nada ha servido,
que el sol, ya eterno y sabio, cae cada día,
regresa a la ilusión, se levanta tras los montes,
pero termina cada vez atravesado por espinas,
desangrado de dolor en la verdad de cada tarde,
sin nadie que abrazar en la estación de su naufragio,
salvo un mar ausente y gris,
perdido en la locura de su propio vaciadero.
Uno comprende que vivir es otra cosa,
no solo soledad, ni lágrimas ni muertos,
ni ráfagas de un odio que calcina la esperanza,
ni tierras de un olvido en que aún hay brotes de esa hierba,
ni nombres que callar cuando gritarlos te abre el cielo
o bien el desconsuelo del que regresas ya algo en calma.
Entonces uno sabe, no lo dice, pero sabe
y parte a caminar con la atención en cada paso,
en cada silenciar las malas horas que han venido
y, atento a la canción, apenas roza el viejo viento,
para guardar en él y en ti viejas palabras,
palabras que uno sabe que no escuchas,
pero que siempre comprende que han de estar,
porque guardarlas es parte de lo que uno sabe,
aunque a veces nadie sabe que lo sabe
y las más de la veces ninguno sabe que lo olvida.
http://fuerteyfeliz.bligoo.cl/
14 09 13
Uno ya es viejo y sabe, uno ha vivido,
no en vano tiene surcos en el rostro,
no en vano el corazón late más duro
y la dulce lejanía no nos llena como entonces.
Uno ya está listo, tiene fórmulas
para olvidar, para el dolor, para los días,
traigan estos o no fruto o ventanas,
o pasen simplemente como piedras que pateas
en tu andar o que el río de los tiempos se ha llevado,
como a ti sin regresar ni a la muralla ni al molino de esos sueños.
O pasen como las noches cual arena entre tus dedos,
entre besos que no das, que no recuerdas
y que a lo más con su roce abren la herida que ya duerme.
Uno ya está vivo, ya está muerto,
ya sabe que no todo es verdadero,
que apenas la mitad es rosa y nube,
el resto tierra gris que se regó con sangre nuestra.
Uno comprende pues que nada acaba,
que nada empieza, que nada permanece,
que toda la bondad se fue gastando adentro
como los ojos que ya ven cada vez menos de la aurora,
como la piel que se quedó en esas caricias que no vuelven,
en la copa que alzaste, en la camisa
que te abrazó cuando ya nadie estuvo cerca para oírte.
Entonces uno aprende que aprender nada ha servido,
que el sol, ya eterno y sabio, cae cada día,
regresa a la ilusión, se levanta tras los montes,
pero termina cada vez atravesado por espinas,
desangrado de dolor en la verdad de cada tarde,
sin nadie que abrazar en la estación de su naufragio,
salvo un mar ausente y gris,
perdido en la locura de su propio vaciadero.
Uno comprende que vivir es otra cosa,
no solo soledad, ni lágrimas ni muertos,
ni ráfagas de un odio que calcina la esperanza,
ni tierras de un olvido en que aún hay brotes de esa hierba,
ni nombres que callar cuando gritarlos te abre el cielo
o bien el desconsuelo del que regresas ya algo en calma.
Entonces uno sabe, no lo dice, pero sabe
y parte a caminar con la atención en cada paso,
en cada silenciar las malas horas que han venido
y, atento a la canción, apenas roza el viejo viento,
para guardar en él y en ti viejas palabras,
palabras que uno sabe que no escuchas,
pero que siempre comprende que han de estar,
porque guardarlas es parte de lo que uno sabe,
aunque a veces nadie sabe que lo sabe
y las más de la veces ninguno sabe que lo olvida.
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