Ajena estaba la ciudad
a los desolados prejuicios.
Lejos de nosotros
cuánta miseria en las luces
que dejamos atrás.
Tanto miedo a cuestas,
viejas leyes nos rondan
y hay quienes murmuran
y luego regresan,
la escalera sigue intacta
y nos aguarda sin rencores,
acosados después por el desorden público
de transeúntes rabiosos,
fuegos multicolores de autos atrasados
a la presunta jornada
de inolvidables amaneceres,
el claxon que interrumpe la marcha del perro
que se cuida del muro mientras orina.
Una muchacha enamorada
se pierde calle abajo
con su cesta.
Pero un edificio se derrumba
en las agujas que dan al puerto.
Otra muchacha viene,
se acerca y muestra
sus senos
hasta la madrugada.
Un niño en la calle me mira
mientras descuida su pelota.
Laten ruidos intranquilos,
murmullos que me nacen del alma
y después escribo tu nombre.
Se abre una puerta
y mis manos sangran
sobre este papel sediento
que truena en el aguacero.
Aunque bajo el amor
duerma profunda la sed
de viejas prostitutas
que se anunciaron en los diarios
del país vecino.
Amores baratos
que dejan huellas en el camino
mal andado de la vida,
botellas a medias
en tu cintura,
mesas y desorden
sobre tus nalgas
y borrachos de ocho centavos
por noche
detrás de cada puerta.
Guitarras gastadas
en la siempre misma canturía.
Sé que le queda poco a mis pies
frente a este tribunal público
y hay cuchillos que me buscan.
Presiento violencia
sobre estos carros de basura,
mis ojos despiertos
tocan puertas trasnochados
y no encuentro refugio.
Está llegando otro amanecer
y crujen bisagras
que dan al cadalso,
cuervos que se tutean
mis pedazos
en barajas que no enseñan la ciudad,
me queda despertar
y las torres se alzan
buscando el cielo.
última tabla de salvación
pero las brujas me dejan hereje
en este festín.
Ya tiré el último cigarro
y me busca la gitana
que mueve las cartas
y habla de caminos y ríos
después que la ciudad ha muerto.
Y yo grito:
despierta noche
que el amor y la danza
tienen un código y su castigo.
El azar y los rumbos trazados
en baratos itinerarios
tienen tu seña,el silencio.
En las rodillas de este hombre
hay como un temblor de rocas.
La selva no pudo tragarse
la sombra en los rumbos de mi rostro.
Para que en los estampidos del invierno
pueda vivir el amor,
golpearé fuerte sus estufas
y los vigías del cielo
harán que las estrellas
vuelvan a encenderse.
a los desolados prejuicios.
Lejos de nosotros
cuánta miseria en las luces
que dejamos atrás.
Tanto miedo a cuestas,
viejas leyes nos rondan
y hay quienes murmuran
y luego regresan,
la escalera sigue intacta
y nos aguarda sin rencores,
acosados después por el desorden público
de transeúntes rabiosos,
fuegos multicolores de autos atrasados
a la presunta jornada
de inolvidables amaneceres,
el claxon que interrumpe la marcha del perro
que se cuida del muro mientras orina.
Una muchacha enamorada
se pierde calle abajo
con su cesta.
Pero un edificio se derrumba
en las agujas que dan al puerto.
Otra muchacha viene,
se acerca y muestra
sus senos
hasta la madrugada.
Un niño en la calle me mira
mientras descuida su pelota.
Laten ruidos intranquilos,
murmullos que me nacen del alma
y después escribo tu nombre.
Se abre una puerta
y mis manos sangran
sobre este papel sediento
que truena en el aguacero.
Aunque bajo el amor
duerma profunda la sed
de viejas prostitutas
que se anunciaron en los diarios
del país vecino.
Amores baratos
que dejan huellas en el camino
mal andado de la vida,
botellas a medias
en tu cintura,
mesas y desorden
sobre tus nalgas
y borrachos de ocho centavos
por noche
detrás de cada puerta.
Guitarras gastadas
en la siempre misma canturía.
Sé que le queda poco a mis pies
frente a este tribunal público
y hay cuchillos que me buscan.
Presiento violencia
sobre estos carros de basura,
mis ojos despiertos
tocan puertas trasnochados
y no encuentro refugio.
Está llegando otro amanecer
y crujen bisagras
que dan al cadalso,
cuervos que se tutean
mis pedazos
en barajas que no enseñan la ciudad,
me queda despertar
y las torres se alzan
buscando el cielo.
última tabla de salvación
pero las brujas me dejan hereje
en este festín.
Ya tiré el último cigarro
y me busca la gitana
que mueve las cartas
y habla de caminos y ríos
después que la ciudad ha muerto.
Y yo grito:
despierta noche
que el amor y la danza
tienen un código y su castigo.
El azar y los rumbos trazados
en baratos itinerarios
tienen tu seña,el silencio.
En las rodillas de este hombre
hay como un temblor de rocas.
La selva no pudo tragarse
la sombra en los rumbos de mi rostro.
Para que en los estampidos del invierno
pueda vivir el amor,
golpearé fuerte sus estufas
y los vigías del cielo
harán que las estrellas
vuelvan a encenderse.
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