“Me encanta el olor a tinta”, pensaba, mientras el surco de la pluma escupía, una a una, las líneas dictadas por el instrumento que de la mano era dueño. Curvas entrecruzadas, y, para el espanto natural, algunas disfrazadas y forzadas rectas, que no hacían más de lo que hacen en realidad, servir de apoyo.
Al fin concluyó, la parodia de su nombre estaba impresa e impoluta, pero se veía algo ácida. Inspiró profundamente, y suspiró su pensamiento.
— Sí, me fascina el olor de la tinta.
— Pero Marqués… eso… ¡eso es sangre!
Al fin concluyó, la parodia de su nombre estaba impresa e impoluta, pero se veía algo ácida. Inspiró profundamente, y suspiró su pensamiento.
— Sí, me fascina el olor de la tinta.
— Pero Marqués… eso… ¡eso es sangre!
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