Corazón de cemento
A las horas felices de autopista,
de oferta en el salón, de tos a secas,
avanzan con fervor los diligentes
vecinos de la cruz que llaman urbe.
Renuevan su clamor los hospitales
cada vez que pierden un brazo las estatuas
y los bancos visitan al loquero
por perder y no perder su otoño en oro.
Es casi un balancín el ojo de la gente
que va de pies a piel de la cabeza rasurada,
de zapato a cristal del ojo iridiscente,
de la nuca al talón de los deseos reprimidos.
Lean la novedad del muerto vuelto torre,
del huérfano atrapado por malas salas cunas
(ni el hijo se libró del abandono a cuotas,
ni los padres del que explota hasta explotar lo inexplotable).
Lean la explicación de los magnates de la tribu,
que más se corresponden al detritus del almuerzo,
al café de la cama de motel, a la ostia
del domingo antes del próximo pecado.
Y al cauce de los tiempos se han ido las victorias,
las lágrimas de redención, la vieja fe del maltratado,
y en autos, en carrozas,
por esas calles diligentes viajan,
se mueven, se trafican, se trasladan
los orgasmos, las bajas ceremonias
de la marea miserable, del sopor contagioso
de los que no quieren que se sepa que se sabe.
Abajo, hacia el dolor, los ministerios
no relucen sino en consignas favorables
a perpetuar sus privilegios y omisiones,
y estallan y suspiran y vuelven al silencio
las lentas intenciones de no cambiar lo que no ha cambiado.
Aullemos de impresión sin que le importe a medio mundo,
la yesca encenderá la rebelión cuando los leños estén secos.
http://fuerteyfeliz.bligoo.cl/
16 12 12
A las horas felices de autopista,
de oferta en el salón, de tos a secas,
avanzan con fervor los diligentes
vecinos de la cruz que llaman urbe.
Renuevan su clamor los hospitales
cada vez que pierden un brazo las estatuas
y los bancos visitan al loquero
por perder y no perder su otoño en oro.
Es casi un balancín el ojo de la gente
que va de pies a piel de la cabeza rasurada,
de zapato a cristal del ojo iridiscente,
de la nuca al talón de los deseos reprimidos.
Lean la novedad del muerto vuelto torre,
del huérfano atrapado por malas salas cunas
(ni el hijo se libró del abandono a cuotas,
ni los padres del que explota hasta explotar lo inexplotable).
Lean la explicación de los magnates de la tribu,
que más se corresponden al detritus del almuerzo,
al café de la cama de motel, a la ostia
del domingo antes del próximo pecado.
Y al cauce de los tiempos se han ido las victorias,
las lágrimas de redención, la vieja fe del maltratado,
y en autos, en carrozas,
por esas calles diligentes viajan,
se mueven, se trafican, se trasladan
los orgasmos, las bajas ceremonias
de la marea miserable, del sopor contagioso
de los que no quieren que se sepa que se sabe.
Abajo, hacia el dolor, los ministerios
no relucen sino en consignas favorables
a perpetuar sus privilegios y omisiones,
y estallan y suspiran y vuelven al silencio
las lentas intenciones de no cambiar lo que no ha cambiado.
Aullemos de impresión sin que le importe a medio mundo,
la yesca encenderá la rebelión cuando los leños estén secos.
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