En marcha
Dónde van, siempre quiero
saber dónde van todos,
como si de ello dependiera el mundo,
como si el rumbo me sirviera en mi tiniebla.
Y son todos, son aquellos que contemplo
al sur, al norte, fuera y dentro de sí mismos,
condecorados por el lujo de la calma,
pletóricos de alzar entre sus labios la sonrisa.
Dónde van, nunca lo dicen,
acaso no lo saben ni lo esperan,
acaso lo descubren cuando llegan,
acaso no lo sabrán ni cuando, inmóviles, se borren sus mil pasos.
El niño, la mujer, el vendedor de flores,
la hoja presurosa en el bolsillo del otoño,
la lágrima encubierta por la prisa de un zapato
y del otro que lo sigue atónito en la angustia.
La caminata del soldado, las huellas del buen río,
las patas de gaviota entre los muslos de las playas,
todos registros de una marcha inexorable,
de un rastro en los espacios del tiempo y de la vida,
bastión que el caracol también defiende lentamente
y que el águila devora como al hígado del infinito.
Pero quizá soy yo el único quieto que se mueve,
el quieto que circula mientras van todos detenidos
o deambulan sin notar la transición de sus destinos,
el paso que los lleva de la flor al sol marchito.
Adónde voy yo mismo es pues la gran pregunta,
cantando marcharé hasta traerles la respuesta.
http://fuerteyfeliz.bligoo.cl/
29 08 12
Dónde van, siempre quiero
saber dónde van todos,
como si de ello dependiera el mundo,
como si el rumbo me sirviera en mi tiniebla.
Y son todos, son aquellos que contemplo
al sur, al norte, fuera y dentro de sí mismos,
condecorados por el lujo de la calma,
pletóricos de alzar entre sus labios la sonrisa.
Dónde van, nunca lo dicen,
acaso no lo saben ni lo esperan,
acaso lo descubren cuando llegan,
acaso no lo sabrán ni cuando, inmóviles, se borren sus mil pasos.
El niño, la mujer, el vendedor de flores,
la hoja presurosa en el bolsillo del otoño,
la lágrima encubierta por la prisa de un zapato
y del otro que lo sigue atónito en la angustia.
La caminata del soldado, las huellas del buen río,
las patas de gaviota entre los muslos de las playas,
todos registros de una marcha inexorable,
de un rastro en los espacios del tiempo y de la vida,
bastión que el caracol también defiende lentamente
y que el águila devora como al hígado del infinito.
Pero quizá soy yo el único quieto que se mueve,
el quieto que circula mientras van todos detenidos
o deambulan sin notar la transición de sus destinos,
el paso que los lleva de la flor al sol marchito.
Adónde voy yo mismo es pues la gran pregunta,
cantando marcharé hasta traerles la respuesta.
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