Desde el futuro de ayer
Les digo, plazas, que preserven al anciano,
hoy que ni los niños lo conocen ni el palomo,
ni la propia claridad que dan los años,
ni la sabia soledad de ser buen viejo.
El río inconsecuente del olvido
no arrastra más que piedras de dolores,
sus redes con el tiempo nos disuelven
y el hijo dice al padre no te quiero.
Las noches sin color son las mejores
para mirar atrás lo conseguido,
pero uno suele no ver más que lo que mira,
la ingrata gratitud sigue su baile,
la fresca soledad nos pertenece
y en el rencor de las ciudades con lo viejo
la historia se revuelve sin futuro.
Tomen la mano, pues, la vieja mano
de aquel que ayer sembró tanta promesa,
sin cuya sed no hubiera jarras llenas,
sin cuyo ardor no habría sino eriazos.
Levanten la bondad del que fue bueno
y ya ni lo recuerda al defenderse,
al ver el cielo gris de sus semillas,
que ni lo reconocen ni lo nombran.
Es terca la ciudad de los que olvidan,
es dúctil el reloj de los abuelos,
un gesto se hace eterno si es caricia,
un grito y subsistir es lo infinito.
Por eso al caminar en la intemperie
regálate un sitial en la ternura
y abraza a aquel señor de arrugas simples,
razones te dará el tiempo de vuelta.
15 07 12
Les digo, plazas, que preserven al anciano,
hoy que ni los niños lo conocen ni el palomo,
ni la propia claridad que dan los años,
ni la sabia soledad de ser buen viejo.
El río inconsecuente del olvido
no arrastra más que piedras de dolores,
sus redes con el tiempo nos disuelven
y el hijo dice al padre no te quiero.
Las noches sin color son las mejores
para mirar atrás lo conseguido,
pero uno suele no ver más que lo que mira,
la ingrata gratitud sigue su baile,
la fresca soledad nos pertenece
y en el rencor de las ciudades con lo viejo
la historia se revuelve sin futuro.
Tomen la mano, pues, la vieja mano
de aquel que ayer sembró tanta promesa,
sin cuya sed no hubiera jarras llenas,
sin cuyo ardor no habría sino eriazos.
Levanten la bondad del que fue bueno
y ya ni lo recuerda al defenderse,
al ver el cielo gris de sus semillas,
que ni lo reconocen ni lo nombran.
Es terca la ciudad de los que olvidan,
es dúctil el reloj de los abuelos,
un gesto se hace eterno si es caricia,
un grito y subsistir es lo infinito.
Por eso al caminar en la intemperie
regálate un sitial en la ternura
y abraza a aquel señor de arrugas simples,
razones te dará el tiempo de vuelta.
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