Perdido en la agonía de la noche,
desafiando el fruto de tu rostro,
en la vertida ceremonia de la ebullición
de mi canto,
dulce y tenaz,
la sonrisa de la aurora
efímera piel que trasmuta y colora
tu semblante pasajero de silencio
y esbozo calmo de tu más austera sonrisa,
irisada de miel
junto a la brisa
y la cintura de cielo,
que acude a tu sombría mañana
de dulces oropeles
y suplicadas estrellas
en el manto que ciénagas abrevan
de tu casta soledad vertida entre timbales de asombro,
consumidas en el riesgo de volar
bajo el amparo de tu forma
y tu letargo de sollozo único
y flor,
Así quiso mi doncellez acunar el ropaje de mis manos
encendido de claustro y altiva sonoridad, muerta en desgano
del oprobio de la luna
en negra blancura de nieve amanecida
y de tu siempre bermeja solidez
de rosa
En cuya espina leve
alcurnia no lleva mansedumbre de única paloma
y enseña a soñar
entre los límites
que la voz toma,
cautivada de tu luz, y de tu lengua
en el oro que mulle la aridez templada de una ensoñación
que no fluctúa al deslumbrarte,
en la odisea que de mí penarte
sea,
para bien de la elocuencia madura de tus ojos
donde caen las palabras
arropadas en mi huella,
y en la vertiente del ardor,
súbita estrella,
encadenada a mi son, de sol, de bruma,
de oro tácito
el rubor de tu mirada atenta,
tras la inocente llamarada
que me incendia,
y el oro que el derrame de tu voz confiere
a mi ornamento,
adelantando noches de delirio
y de contento,
algarabías que nutren mi desvelo
como penas transcurridas
en el cincel del hartazgo
y la lluvia,
que lava las tristes mareas
de tu voz hambrienta
en las playas
en el sueño
en la palabra
y en el lecho.
Pasivo vuelo y siento,
tu voz en la marea
y recorro el árido oropel de tu mágico destino
hacia el ruiseñor que acaudala el vino
de la música del alba
aprisionada en la dulzura
de tu huella
hambrienta
de mi
luz,
de mi pálida
estrella,
atesorando la clave
de la punta de los árboles
que enciman su cordaje
como música de nieve en el paraje,
y sólo sombra,
en el telar
de tu mirada.
desafiando el fruto de tu rostro,
en la vertida ceremonia de la ebullición
de mi canto,
dulce y tenaz,
la sonrisa de la aurora
efímera piel que trasmuta y colora
tu semblante pasajero de silencio
y esbozo calmo de tu más austera sonrisa,
irisada de miel
junto a la brisa
y la cintura de cielo,
que acude a tu sombría mañana
de dulces oropeles
y suplicadas estrellas
en el manto que ciénagas abrevan
de tu casta soledad vertida entre timbales de asombro,
consumidas en el riesgo de volar
bajo el amparo de tu forma
y tu letargo de sollozo único
y flor,
Así quiso mi doncellez acunar el ropaje de mis manos
encendido de claustro y altiva sonoridad, muerta en desgano
del oprobio de la luna
en negra blancura de nieve amanecida
y de tu siempre bermeja solidez
de rosa
En cuya espina leve
alcurnia no lleva mansedumbre de única paloma
y enseña a soñar
entre los límites
que la voz toma,
cautivada de tu luz, y de tu lengua
en el oro que mulle la aridez templada de una ensoñación
que no fluctúa al deslumbrarte,
en la odisea que de mí penarte
sea,
para bien de la elocuencia madura de tus ojos
donde caen las palabras
arropadas en mi huella,
y en la vertiente del ardor,
súbita estrella,
encadenada a mi son, de sol, de bruma,
de oro tácito
el rubor de tu mirada atenta,
tras la inocente llamarada
que me incendia,
y el oro que el derrame de tu voz confiere
a mi ornamento,
adelantando noches de delirio
y de contento,
algarabías que nutren mi desvelo
como penas transcurridas
en el cincel del hartazgo
y la lluvia,
que lava las tristes mareas
de tu voz hambrienta
en las playas
en el sueño
en la palabra
y en el lecho.
Pasivo vuelo y siento,
tu voz en la marea
y recorro el árido oropel de tu mágico destino
hacia el ruiseñor que acaudala el vino
de la música del alba
aprisionada en la dulzura
de tu huella
hambrienta
de mi
luz,
de mi pálida
estrella,
atesorando la clave
de la punta de los árboles
que enciman su cordaje
como música de nieve en el paraje,
y sólo sombra,
en el telar
de tu mirada.
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