El tiempo se había detenido por unos instantes a pensar; pero claro, el mundo entero se quedó perplejo: ¿que le podría pasar al vetusto tiempo para detenerse? Preguntaban por aquí y por allá.
Los relojes se volvieron locos y ya no corrían en el sentido al que estábamos acostumbrados
verlos correr; los segundos no avanzaban y de los minutos ni noticias.
Es lógico en cierta medida, al tiempo no le interesaba lo que le pasara al resto de las personas, él sentía la imperiosa necesidad de una holgada pausa y como dios manda, no dudo en tomársela.
Me contaban los viejos que contrario a lo que uno se podría imaginar, nadie consiguió llegar más temprano ni aprovechar el día al máximo y como nadie conseguía llevar un cálculo de las horas ni de los días; los calendarios resultaban estériles y los cumpleaños no llegaban y no llegaba el viernes para celebrar el comienzo del fin de semana y no llegaba el domingo para sentir esa nostalgia puta, que siempre viene bien, para recordarnos que la felicidad no es eterna y lo linda que es cuando de vez en cuando la alcanzamos.
Los amantes no conseguían poner un horario para sus citas, los poetas no podían metaforear las estaciones del año ya que habían desaparecido, los pájaros no cantaban porque no sabían la hora en que amanecía y hasta el mismísimo dios llegaba tarde para hacer milagros.
Me contaban los viejos y reían compinches de sus historias, esa noche tampoco paso el tiempo para mí, sumergido en sus cuentos, hasta que el sol lagañoso comenzó a asomar y no pude aguantar las ganas y les pregunté:” ¿Cuándo fue que el tiempo decidió dejar de meditar y volvió a trabajar?”. “Ahí está lo lindo de esta historia” dijo uno de los más ancianitos que me rodeaban.
“Cuando nos dimos cuenta, todos, grandes y chicos, jóvenes y viejos; de que el tiempo no es una carga o un estorbo o el sufrimiento hecho reloj; cuando todos entendimos lo necesario de esos segundos y esas horas y esas fechas que recordar y ese nudito en las panzas cuando vemos que tenemos el tiempo contadito y tenemos que apurar el paso y luego nos damos cuenta que teníamos un ratito más para hacer pavadas. Cuando todos comprendimos la importancia del viernes y también lo importante del domingo cuando son las siete de la tarde y comenzamos a pensar en el lunes, lo importante que es valorar el paso de ese tiempo imperceptible, impredecible. Cuando aceptamos que las canas son estrictamente las marcas de nuestro camino,
que las arrugas nos cuentan como un libro abierto, lo que hemos vivido, lo que hemos amado y nostalgiado, lo que hemos sufrido y reido junto a los que quisimos y queremos.
Que los años no se van al tacho, sino que se quedan bien metidos en las entrañas, aleccionándonos, guiándonos para llevarnos a nuevos caminos y nuevos desafíos y nuevas frustraciones que nos enseñaran luego a comprender por qué nos equivocamos para continuar creciendo y aprendiendo. Porque ¿para qué estamos en esta bendita tierra, si no es para aprender?
Porque el tiempo es mucho más que ese reloj rompiendo las pelotas para llegar temprano al trabajo; el tiempo es mucho más sabio que eso, es mucho más simple y mucho más complicado.”
Culminó mi anciano amigo y todos nos quedamos en silencio, saboreando el Ron y esas palabras.
Brindamos y nos fuimos yendo de a poquito… para que apurarse? después de semejante descubrimiento.
Los relojes se volvieron locos y ya no corrían en el sentido al que estábamos acostumbrados
verlos correr; los segundos no avanzaban y de los minutos ni noticias.
Es lógico en cierta medida, al tiempo no le interesaba lo que le pasara al resto de las personas, él sentía la imperiosa necesidad de una holgada pausa y como dios manda, no dudo en tomársela.
Me contaban los viejos que contrario a lo que uno se podría imaginar, nadie consiguió llegar más temprano ni aprovechar el día al máximo y como nadie conseguía llevar un cálculo de las horas ni de los días; los calendarios resultaban estériles y los cumpleaños no llegaban y no llegaba el viernes para celebrar el comienzo del fin de semana y no llegaba el domingo para sentir esa nostalgia puta, que siempre viene bien, para recordarnos que la felicidad no es eterna y lo linda que es cuando de vez en cuando la alcanzamos.
Los amantes no conseguían poner un horario para sus citas, los poetas no podían metaforear las estaciones del año ya que habían desaparecido, los pájaros no cantaban porque no sabían la hora en que amanecía y hasta el mismísimo dios llegaba tarde para hacer milagros.
Me contaban los viejos y reían compinches de sus historias, esa noche tampoco paso el tiempo para mí, sumergido en sus cuentos, hasta que el sol lagañoso comenzó a asomar y no pude aguantar las ganas y les pregunté:” ¿Cuándo fue que el tiempo decidió dejar de meditar y volvió a trabajar?”. “Ahí está lo lindo de esta historia” dijo uno de los más ancianitos que me rodeaban.
“Cuando nos dimos cuenta, todos, grandes y chicos, jóvenes y viejos; de que el tiempo no es una carga o un estorbo o el sufrimiento hecho reloj; cuando todos entendimos lo necesario de esos segundos y esas horas y esas fechas que recordar y ese nudito en las panzas cuando vemos que tenemos el tiempo contadito y tenemos que apurar el paso y luego nos damos cuenta que teníamos un ratito más para hacer pavadas. Cuando todos comprendimos la importancia del viernes y también lo importante del domingo cuando son las siete de la tarde y comenzamos a pensar en el lunes, lo importante que es valorar el paso de ese tiempo imperceptible, impredecible. Cuando aceptamos que las canas son estrictamente las marcas de nuestro camino,
que las arrugas nos cuentan como un libro abierto, lo que hemos vivido, lo que hemos amado y nostalgiado, lo que hemos sufrido y reido junto a los que quisimos y queremos.
Que los años no se van al tacho, sino que se quedan bien metidos en las entrañas, aleccionándonos, guiándonos para llevarnos a nuevos caminos y nuevos desafíos y nuevas frustraciones que nos enseñaran luego a comprender por qué nos equivocamos para continuar creciendo y aprendiendo. Porque ¿para qué estamos en esta bendita tierra, si no es para aprender?
Porque el tiempo es mucho más que ese reloj rompiendo las pelotas para llegar temprano al trabajo; el tiempo es mucho más sabio que eso, es mucho más simple y mucho más complicado.”
Culminó mi anciano amigo y todos nos quedamos en silencio, saboreando el Ron y esas palabras.
Brindamos y nos fuimos yendo de a poquito… para que apurarse? después de semejante descubrimiento.
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