¿Sabes que toda gran obra o cambio de la humanidad comenzó siendo sólo un pensamiento?
Cómo aquel soberano y escultor de Chipre que se enamoró de la estatua de Galatea que él había creado y a la que Afrodita, accediendo a sus ruegos, le infundió la chispa vital poniéndola en movimiento, dando vida a lo que originalmente había sido el pensamiento del artista. De esta forma, día a día, dotamos de vida a pensamientos propios y ajenos a los que, como a Lázaro, les decimos: “levántate y anda”.
Así es cómo todo gran cambio de la humanidad comenzó siendo sólo un pensamiento de un individuo, al que, quizás, muchos tildaron de “loco”. Ante nuestros ojos desfila una inmensidad de pensamientos materializados. No existen utopías, nuestros más audaces sueños son pasibles de hacerse realidad, basta poner en ellos nuestro más firme empeño y nuestra sincera fe en que un día serán realidad. El rótulo de “soñadores” o “utópicos” que los individuos que nos rodean nos ponen no debe ser un impedimento para persistir en su concreción. Si Leonardo Da Vinci, Galileo o Einstein se hubieran amilanado ante la incomprensión de sus contemporáneos la humanidad hubiera carecido del legado que ellos, generosamente, dejaron.
¡Pongamos proa a los sueños y no cesemos hasta verlos realizados!
Cómo aquel soberano y escultor de Chipre que se enamoró de la estatua de Galatea que él había creado y a la que Afrodita, accediendo a sus ruegos, le infundió la chispa vital poniéndola en movimiento, dando vida a lo que originalmente había sido el pensamiento del artista. De esta forma, día a día, dotamos de vida a pensamientos propios y ajenos a los que, como a Lázaro, les decimos: “levántate y anda”.
Así es cómo todo gran cambio de la humanidad comenzó siendo sólo un pensamiento de un individuo, al que, quizás, muchos tildaron de “loco”. Ante nuestros ojos desfila una inmensidad de pensamientos materializados. No existen utopías, nuestros más audaces sueños son pasibles de hacerse realidad, basta poner en ellos nuestro más firme empeño y nuestra sincera fe en que un día serán realidad. El rótulo de “soñadores” o “utópicos” que los individuos que nos rodean nos ponen no debe ser un impedimento para persistir en su concreción. Si Leonardo Da Vinci, Galileo o Einstein se hubieran amilanado ante la incomprensión de sus contemporáneos la humanidad hubiera carecido del legado que ellos, generosamente, dejaron.
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