¡Oíd mortales!...

Es mi Pueblo, agresivo redentor,
Que no desea más su martirio…

Llenan sus barrigas con bronca, desazón
Y fermentadas "ollas populares".
Tiene en sus manos viejos callos de fábricas cerradas
Y en sus bolsillos, la miseria que carcome el alma.
Sus ojos son luceros, que le quitaron sin permiso,
A la Cruz del Sur,
Más, sus brillos resurgen cuando queman las iras,
En gomas recauchutadas.
Sus piernas se volvieron piquetes en rutas cortadas.
Hartos de profecías que solo le dan migajas.
“Descamisados”, de caras tapadas,
Para no mostrar los dientes que muerden la rabia.
Sus voces, “cacerolazos” que ahogan las penas,
De niños “pacoteros”.
Desigualdad que se dibuja,
En el reino de “Puerto Madero” que te exige para ser miembro,
Una “divisa dorada”,
Mientras en la tierra de “la caña de azúcar”,
Los “changos” se mueren de hambre.

Es mi Pueblo,
Vírgenes consagradas de pobres ancianas que gastan rosarios.
Profanos Santos vestidos de rojo.
Rodillas lastimadas en duras escalinatas.
“Solidaridad” surgida de los milagros,
Transformando la canasta del pescado,
En “comedores” improvisados,
Y el pan,
El pan no existe porque no sobra nada.

Sin embargo, mi Pueblo,
Aún canta, ríe, baila,
Tapan el hambre con “mates” compartidos y duras “chipacas”.

Mi Pueblo tiene aún la esperanza,
Como espina en las “tripas”.
Mi pueblo tiene la espalda erguida,
A pesar de las cadenas de ser “el villero”, “el negro”, “el sudaca”.

Mi Pueblo,
Mi Pueblo, ¡Oíd mortales!
Es bandera, de las que se levantan,
Con puños cerrados y gargantas quebradas,
Que exige lo que es suyo,
Aunque,
Aunque te maten, las balas…