Al razonar, y hacer un mini-estudio sobre el efecto que tiene el Elogio sobre quien lo da y lo recibe, existen dos posturas irreconciliables en constante contradicción. Por un lado se encuentran los que dicen que, "Quien sabe adular sabe calumniar" (Napoleón Bonaparte) y "La adulación es una moneda que empobrece al que la recibe (Duquesa d'Abrantes)." En el otro sector, tenemos a los que dicen que, "El que se guarda un elogio, se queda con algo ajeno. Pablo Picasso." Y "No eres más santo porque te alaben, ni más vil porque te desprecien." Luego dice el padre del sicoanálisis con su estilo único medio avieso que, "Uno puede defenderse de los ataques; contra el elogio se está indefenso." Pero, si el elogio viene del corazón quien necesita defensa?
Como podemos observar, existe una concepción del elogio no unánime, y depende de nuestras inclinaciones filosóficas el lado que decidamos estar. Toda posición es legitima, y se llega a ella arrastrado por nuestras propias experiencias subjetivas. En mi caso personal por ejemplo, los que menos me ayudaron fueron los que invirtieron su tiempo en describir todos mis errores. Y los que mas me ayudaron fueron los que elogiaban mis pequeños progresos y con sensibilidad maestra y sin muchas palabras, me hacían ver mis errores. Para utilizar una analogía que me encontré en los anaqueles de la Internet, "la crítica tiene el mismo impacto en la gente que la sal en las plantas. Si se emplea efectivamente, los halagos actúan como nutrientes para la gente, justo como el fertilizante lo hace con las plantas." La critica si es destructiva tiene el mismo efecto que una falsa adulación. La critica constructiva es pariente del elogio y crecimiento interior.
No obstante, hay que tener mucho tacto con el halago/elogio pues si se da a diestra y siniestra, aun así sea de todo corazón, los del otro bando (los haters) están listos para acusar de "lambe culo", "adulador" y otros calificativos que prefiero no mencionar. George Chapman dice que, "Los aduladores se parecen a los amigos como los lobos a los perros." Mientras que la adulación exagera nuestra evaluación, el halago refleja nuestra opinión honesta y es por eso que yo me uno a Jenofonte cuando dice que "La alabanza es el más dulce de los sonidos." Claro que entre un halago y una adulación la verdadera intención del locutor es lo que hace la diferencia. Y cómo saber la verdadera intención de quienes nos regalan su valioso tiempo y elogios y se guardan sus criticas negativas? Ya lo expliqué al principio, si perteneces al grupo que detesta los elogios entonces creerás que todo es tan solo una ironía, una sátira que quiere decir lo contrario de lo que expresa. Los Masones y otros grupos teosóficos, tienen por regla una aversión total a toda clase de adulación que no es lo mismo que halagos y encuentran en Napoleón Bonaparte gran emisario de la verdad. Son fieles, algunos, a la creencia que las personas caminan a palos y bofetadas y no necesitan nada de amor, o más bien creen lo que dice la canción, "pégame pero no me dejes.". El odio les resulta mas sincero y mas apropiado, el desprecio como forma absoluta de hacer actuar. Debo de admitir que están en su derecho aunque no logre entenderlos, mientras yo me encuentro en mi izquierdo, al lado de muchos educadores progresistas que vemos en el elogio una arma de motivacion imprescindible. A lo mejor las dos formas son válidas, y cada cual elija, sin imponer cual de las dos es mejor, a que bando se acerca. De que existen seres que solo entienden el lenguaje del látigo, deben de haber. A mi me gustan los latigazos de vez en cuando, pero he descubierto que me hacen perder demasiada energía física y síquica y es por eso que repito que,"No eres más santo porque te alaben, ni más vil porque te desprecien." Un elogio o una critica constructiva para mi significa un gesto de afecto humano. Acepto con gusto la critica constructiva sin sarna ni sátiras, y se me hace imposible entender las criticas disfrazadas de gran autoridad, especialmente si quien que las hace carece de credenciales académicas o profesionales, sin mencionar nobleza o virtud.
New York, 2 de Noviembre, 2000.
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