que nos comíamos a la Luna.
Poníamos redes en el cielo,
estacas en las azoteas
y por si fuera poco también había lazos,
garfios y cadenas.
Sólo faltaba un señuelo.
Entonces poníamos a aullar al perro,
o me pedían que tocara la guitarra
o le pedíamos a Judy que se quitara la ropa.
Lo hacíamos sobre todo en noches de Luna llena.
Cuando la Luna era gorda
y de tan gorda era bella.
El perro le cantaba como imitando a los lobos,
(por que; ¿sabes? Ya no hay lobos.
El lobo del hombre los trocó por las ovejas).
En fin,
que el perro le cantaba
y yo en la ventana tocaba la guitarra
y Judith, desnuda,
en medio de toda su belleza,
la hipnotizaba.
La Luna salía tímidamente de su rincón de nubes.
Y cuando se acercaba,
le caían encima todos los hombres del barrio,
unos con cuchillos,
otros a golpes,
otros con lazos.
La Luna se movía como cerdo en matadero,
entonces la noche lloraba
y se ponía triste todo el cielo…
En unos cuantos minutos la carne de la Luna hervía en ollas y cazos.
Y la Luna, media muerta y media viva,
Llorando;
volvía al cielo en pedazos.
“Cuarto menguante”, decían
y aún dicen
los hombres sabios.
Quetzalcoatl Vallejo.
Última edición por Quetzalcoatl Vallejo el Lun Mayo 06, 2013 11:13 pm, editado 2 veces
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