La Interrogación I Parte
Antonio Calles, el personaje que nos cuenta esta historia, aun vive, radica en Australia bajo otro nombre. Yo le he omitido escenas escalofriantes a la historia, ya que incluir cada detalle me llevaría a la tarea de dedicarle un libro completo. Tal vez en otra ocasión. Por ahora, aquí les muestro un poco de ese mundo en el cual muchos jóvenes salvadoreños tuvimos que vivir. La historia de Antonio Calles es una entre muchas, cada una representa una juventud amputada. Las esquirlas (cicatrices) de esos tiempos aun perduran frescas en muchas mentes. Azael Vigil.
El lugar olía fuertemente a mierda y orina, sangre seca, sudor y muerte. El tufo impregnado de la humedad, junto a los alaridos despavoridos de personas, hacía de aquel sitio un perfecto infierno. A pesar de llevar capuchas negras sobre la cabeza para no saber a donde nos habían llevado, la peste penetraba hasta nuestras narices. Simon no paraba de llorar y, Andrés seguía demandando que nos explicaran cuales eran los cargos que se nos achacaban hasta que lo callaron de un culatazo de M16 en la boca. Yo seguía en posición de feto retorciéndome de una patada que había recibido en las costillas por negarme a subir al carro en el cual nos había secuestrado. Tenía la leve noción que estábamos a punto de ser asesinados. -Te lo juro cabron, que yo sabía que estábamos metido en un pedo serio.-
Resulta que ser un joven de 11 a 13 años en adelante de edad en El Salvador durante la guerra civil, era visto como una amenaza en potencia. -¿Te acordas vos?- Por un lado, el ejército reclutaba forzosamente en las calles, colegios, cines, parques, etc. y por otro lado, la Guerrilla hacía lo mismo por las noches. Por esta razón, muchos de nosotros los jóvenes no queríamos que los años pasaran, así no ser presa de estas dos facciones que combatían ferozmente entre sí. Sin embargo el tiempo no se detiene y, tarde o temprano, sabíamos que no nos podíamos escapar. Estábamos forzados a escoger un lado. Si uno decidía quedarse neutro, entonces arriesgaba ser culpado de traidor por la facción que nos capturara primero. Vos sabes como era la mierda aquellos días. No sabíamos quien putas era mas malo que el otro. Solo nos tocaba quedarnos callados y bailar entre las balas.
Allí estábamos Simon, Andrés y yo, Antonio Calles, capturados por sabrá dios quien, mientras jugábamos balónpie en el parque, listos para ser interrogados lo cual en El Salvador era lo mismo que ser torturados. Yo dije, ‘ya nos violaron estos culeros'. Valimos verga. De perdida nos van hacer pedacitos. Lo mas seguro que nos decapiten. Por que les gustaba decapitar a la gente en esos días. ¿Te acuerdas? Estaba jodida la situación. Bueno, cómo te contaba:
De la forma en que nuestros cautivadores hablaban, yo podía deducir que se trataba de militares, prepotentes, crueles y desalmados entrenados para matar.
-Carne fresca- Dijo una voz en forma irónica.
-Estos muchachos culos cagados seguro son guerrilleros- Dijo otro seriamente.
-Llévenlos para los cuartos de atrás para que no se oigan los gritos-
-Si, mi sargento- Dijeron en unísono nuestros captores y prosiguieron a empujarnos y patearnos hasta llegar al cuarto de interrogatorio. Yo hacía esfuerzos enormes para no cagarme en el pantalón, pero no pude y terminé ensuciando el pantalón.
Hasta entonces, nosotros no sabíamos de qué se nos acusaba seriamente, pero igual, sabíamos que estábamos al azar. Los tres comenzamos a llorar y a rezar, mientras los verdugos reían de oreja a oreja, gozando de vernos temblar de miedo. Todavía seguíamos con la capucha en nuestras cabezas y no podíamos verle las caras, pero escuchábamos claramente. El olor era cada vez más nauseante e insufrible. Sentía los ríos de mierda rala bajar por mis piernas hasta los zapatos mientras temblaba de frío.
Al corto rato de llegar al cuarto trasero, nos preguntaron que día cumplíamos años. Yo tenía trece, Simon y Andrés catorce. Simon por ser el mayor de todos le tocó ser el primero en ser interrogado mientras nosotros presenciábamos la honorífica escena sin ver nada. Los gritos de Simon mientras le introducían agujas debajo de las uñas en las manos eran insoportables. Diez veces le preguntaron si era guerrillero, y cada vez le metían una aguja en cada dedo. Después de la tercera aguja admitió ser guerrillero para que no siguieran interrogándolo, pero de nada sirvió, ellos siguieron torturándolo hasta que dejamos de escuchar sus gritos. Luego le tocó a Andrés repetir la misma escena y mentir para que dejaran de torturarlo. Después de la segunda aguja admitió que era guerrillero, pero igual, la tortura terminaba cuando el interrogado dejaba de hablar y se desmayaba. Yo ya había planeado desmayarme después de la primera aguja cerote, no jodas. No creas que soy tan pendejo. Me había cagado en el pantalón pero seguía planeando cómo salvarme.
Mientras todo esto sucedía, tuve un ataque de ansiedad y me vi morir más de cien veces, anticipando el dolor. Imaginaba que todo era una pesadilla y que pronto despertaría al lado de mis seres queridos. Cuando me senté en el banco y me quitaron la capucha que cubría mi rostro, Simon y Andrés estaban colgados patas arriba, desmayados, chorreando sangre. Entonces descubrí que muchos de sus dientes habían sido extraídos a fuerza de tenazas. Sus bocas y dedos desangraban a chorros. Yo quería salir corriendo, pero los pies me pesaban una tonelada. Lito, no se lo deseo ni a mi peor enemigo cabron. Fue horrible de veras, fue horrible. Las agujas todavía seguían clavadas en los dedos de mis amigos. Logré ver a Simon hacerme un gesto disimulado y comprendí que era mejor decirles a estos señores lo que querían escuchar y hacer la interrogación corta. Sin embargo, no podía hablar. El miedo me había paralizado completamente.
Al corto rato, antes de que el verdugo me hiciera cualquier pregunta, yo dije: "Yo soy guerrillero también." Esperaba que con mi confesión quizá no fuera a ser torturado, pero estaba equivocado. A esos hijos de la gran puta les gustaba ver gente sufrir. Al gordo feo con bigote de lápiz que me interrogaba le dio un ataque de risas.
-Así que eres hombrecito y admites a las primeras ser guerrillero he! Ahora vamos a ver que grandes los tienes.- Desnúdenlo y macháquenle un huevo a martillazos a ver si es cierto que los guerrilleros tienen aguante. ¿No me digas que ya te cagaste en el pantalón?-
Fin de la primera parte...
Continuara...
Antonio Calles, el personaje que nos cuenta esta historia, aun vive, radica en Australia bajo otro nombre. Yo le he omitido escenas escalofriantes a la historia, ya que incluir cada detalle me llevaría a la tarea de dedicarle un libro completo. Tal vez en otra ocasión. Por ahora, aquí les muestro un poco de ese mundo en el cual muchos jóvenes salvadoreños tuvimos que vivir. La historia de Antonio Calles es una entre muchas, cada una representa una juventud amputada. Las esquirlas (cicatrices) de esos tiempos aun perduran frescas en muchas mentes. Azael Vigil.
El lugar olía fuertemente a mierda y orina, sangre seca, sudor y muerte. El tufo impregnado de la humedad, junto a los alaridos despavoridos de personas, hacía de aquel sitio un perfecto infierno. A pesar de llevar capuchas negras sobre la cabeza para no saber a donde nos habían llevado, la peste penetraba hasta nuestras narices. Simon no paraba de llorar y, Andrés seguía demandando que nos explicaran cuales eran los cargos que se nos achacaban hasta que lo callaron de un culatazo de M16 en la boca. Yo seguía en posición de feto retorciéndome de una patada que había recibido en las costillas por negarme a subir al carro en el cual nos había secuestrado. Tenía la leve noción que estábamos a punto de ser asesinados. -Te lo juro cabron, que yo sabía que estábamos metido en un pedo serio.-
Resulta que ser un joven de 11 a 13 años en adelante de edad en El Salvador durante la guerra civil, era visto como una amenaza en potencia. -¿Te acordas vos?- Por un lado, el ejército reclutaba forzosamente en las calles, colegios, cines, parques, etc. y por otro lado, la Guerrilla hacía lo mismo por las noches. Por esta razón, muchos de nosotros los jóvenes no queríamos que los años pasaran, así no ser presa de estas dos facciones que combatían ferozmente entre sí. Sin embargo el tiempo no se detiene y, tarde o temprano, sabíamos que no nos podíamos escapar. Estábamos forzados a escoger un lado. Si uno decidía quedarse neutro, entonces arriesgaba ser culpado de traidor por la facción que nos capturara primero. Vos sabes como era la mierda aquellos días. No sabíamos quien putas era mas malo que el otro. Solo nos tocaba quedarnos callados y bailar entre las balas.
Allí estábamos Simon, Andrés y yo, Antonio Calles, capturados por sabrá dios quien, mientras jugábamos balónpie en el parque, listos para ser interrogados lo cual en El Salvador era lo mismo que ser torturados. Yo dije, ‘ya nos violaron estos culeros'. Valimos verga. De perdida nos van hacer pedacitos. Lo mas seguro que nos decapiten. Por que les gustaba decapitar a la gente en esos días. ¿Te acuerdas? Estaba jodida la situación. Bueno, cómo te contaba:
De la forma en que nuestros cautivadores hablaban, yo podía deducir que se trataba de militares, prepotentes, crueles y desalmados entrenados para matar.
-Carne fresca- Dijo una voz en forma irónica.
-Estos muchachos culos cagados seguro son guerrilleros- Dijo otro seriamente.
-Llévenlos para los cuartos de atrás para que no se oigan los gritos-
-Si, mi sargento- Dijeron en unísono nuestros captores y prosiguieron a empujarnos y patearnos hasta llegar al cuarto de interrogatorio. Yo hacía esfuerzos enormes para no cagarme en el pantalón, pero no pude y terminé ensuciando el pantalón.
Hasta entonces, nosotros no sabíamos de qué se nos acusaba seriamente, pero igual, sabíamos que estábamos al azar. Los tres comenzamos a llorar y a rezar, mientras los verdugos reían de oreja a oreja, gozando de vernos temblar de miedo. Todavía seguíamos con la capucha en nuestras cabezas y no podíamos verle las caras, pero escuchábamos claramente. El olor era cada vez más nauseante e insufrible. Sentía los ríos de mierda rala bajar por mis piernas hasta los zapatos mientras temblaba de frío.
Al corto rato de llegar al cuarto trasero, nos preguntaron que día cumplíamos años. Yo tenía trece, Simon y Andrés catorce. Simon por ser el mayor de todos le tocó ser el primero en ser interrogado mientras nosotros presenciábamos la honorífica escena sin ver nada. Los gritos de Simon mientras le introducían agujas debajo de las uñas en las manos eran insoportables. Diez veces le preguntaron si era guerrillero, y cada vez le metían una aguja en cada dedo. Después de la tercera aguja admitió ser guerrillero para que no siguieran interrogándolo, pero de nada sirvió, ellos siguieron torturándolo hasta que dejamos de escuchar sus gritos. Luego le tocó a Andrés repetir la misma escena y mentir para que dejaran de torturarlo. Después de la segunda aguja admitió que era guerrillero, pero igual, la tortura terminaba cuando el interrogado dejaba de hablar y se desmayaba. Yo ya había planeado desmayarme después de la primera aguja cerote, no jodas. No creas que soy tan pendejo. Me había cagado en el pantalón pero seguía planeando cómo salvarme.
Mientras todo esto sucedía, tuve un ataque de ansiedad y me vi morir más de cien veces, anticipando el dolor. Imaginaba que todo era una pesadilla y que pronto despertaría al lado de mis seres queridos. Cuando me senté en el banco y me quitaron la capucha que cubría mi rostro, Simon y Andrés estaban colgados patas arriba, desmayados, chorreando sangre. Entonces descubrí que muchos de sus dientes habían sido extraídos a fuerza de tenazas. Sus bocas y dedos desangraban a chorros. Yo quería salir corriendo, pero los pies me pesaban una tonelada. Lito, no se lo deseo ni a mi peor enemigo cabron. Fue horrible de veras, fue horrible. Las agujas todavía seguían clavadas en los dedos de mis amigos. Logré ver a Simon hacerme un gesto disimulado y comprendí que era mejor decirles a estos señores lo que querían escuchar y hacer la interrogación corta. Sin embargo, no podía hablar. El miedo me había paralizado completamente.
Al corto rato, antes de que el verdugo me hiciera cualquier pregunta, yo dije: "Yo soy guerrillero también." Esperaba que con mi confesión quizá no fuera a ser torturado, pero estaba equivocado. A esos hijos de la gran puta les gustaba ver gente sufrir. Al gordo feo con bigote de lápiz que me interrogaba le dio un ataque de risas.
-Así que eres hombrecito y admites a las primeras ser guerrillero he! Ahora vamos a ver que grandes los tienes.- Desnúdenlo y macháquenle un huevo a martillazos a ver si es cierto que los guerrilleros tienen aguante. ¿No me digas que ya te cagaste en el pantalón?-
Fin de la primera parte...
Continuara...
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