que no encontró a su fin oposiciones,
me han favorecido para lograr mi cometido,
pues a dar paso a la bestialidad estoy decidido.
He hallado el blanco idónea a cazar:
se trata de un desprevenido infante sin custodia.
Él no se imagina cuánto lo haré agonizar;
pronto... Ni siquiera podrá decir qué tanto me odia.
Yo: el depredador, afilo mi instinto asesino
y pongo la mira de mi barbarie en mi indefensa presa.
De devorarmela a raudales ayer me hice la promesa,
por eso froto mis manos ansioso cuando hacia él me avecino.
Que nadie le pregunte al cervato qué le pasó
porque él nunca esperó saberlo.
Al rostro de la perversión ahora dice conocerlo.
Que el agua lave los vestigios del horror que padeció.
Adonde terminan las desdichas la sangre será sobre sus huesos
que siempre mutan a negros besos.
A ese pequeño santurrón y yo nos han dejado solos,
tremenda oportunidad no la pienso desaprovechar.
Es mucho lo que gritará, pero nadie va a escuchar
ya que el cordero y el verdugo están solos.
Entro a su habitación y cierro la puerta
mientras dejo salir una sonrisa macabra
sin pronunciar ni una palabra;
la probabilidad de una aberración está abierta.
Le encuentro jugando con sus muñecos,
cuando él me mira le grito: "Hoy serás mi juguete
porque ya no hay barrera moral que respete",
por ende. mis inmundicias en mis venas hacen ecos.
Que nadie le pregunte al cervato qué le pasó
porque él nunca esperó saberlo.
Al rostro de la perversión ahora dice conocerlo.
Que el agua lave los vestigios del horror que padeció.
Adonde terminan las desdichas la sangre será sobre sus huesos
que siempre mutan a negros besos.
Aquel porcino salvaje se lanza a por su cena.
Le destroza la ropa y lo pone de espaldas
contra una pared, como en una escena
tétrica donde los deseos del hombre son alabardas.
El fruto de la lujuria desviada se abría paso
por la entrañas del infante
de cuyas súplicas el agresor no hacia caso,
pues tenia un placer galopante.
Las lagrimas de la víctima escapaban en estampida,
dejando tras de sí una dignidad destruida.
La habitación se inundó de alaridos
que se ahogaban entre maquiavélicos gemidos.
Que nadie le pregunte al cervato qué le pasó
porque él nunca esperó saberlo.
Al rostro de la perversión ahora dice conocerlo.
Que el agua lave los vestigios del horror que padeció.
Adonde terminan las desdichas la sangre será sobre sus huesos
que siempre mutan a negros besos.
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